domingo, 2 de octubre de 2016

"EL VIAJE A TRAVÉS DE LA PALABRA" (USIL, 2016) DE CAMILO FERNÁNDEZ COZMAN

                                      

PRÓLOGO


La obra crítica de Camilo Fernández Cozman (Lima, 1965) se ha incrementado considerablemente en estos últimos veinticinco años, merced a sus relecturas de poetas fundamentales de la tradición literaria peruana y latinoamericana, y también a partir de la perspectiva dialógica de la literatura con otras disciplinas humanísticas que dicho investigador practica. El académico esboza diversas perspectivas teóricas (psicoanálisis, retórica, interculturalidad, sociolingüística, estilística, semiótica, antropología, sociología, etc.) sobre la base de una Retórica General Textual (Tomás Albaladejo, Stefano Arduini, Antonio García Berrio y Giovanni Bottiroli) que dialoga con estas. El estudioso sanmarquino es uno de los investigadores más prolíficos y está muy atento a las transformaciones discursivas de la poesía latinoamericana del siglo XX; pues se ha detenido, desde diversas perspectivas (en sus libros, artículos, ensayos y notas), en el abordaje del ejercicio poético de los autores más importantes de nuestra tradición.

“La crítica es esencial a la creación literaria. No solo forma parte de ella, sino que también la hace posible. Pero es algo más que un método o un modo de conocimiento”, afirmaba el poeta y crítico literario venezolano Guillermo Sucre. Es decir, la crítica literaria tiene un papel fundamental dentro de la literatura, pues la crítica es también una creación. Pero ella no debe reducirse a la fetichización de la metodología o al hecho de que la obra literaria sea concebida solo un pretexto para exhibir el dominio del método, sino que procure más bien un diálogo armónico entre el crítico y el texto literario.

De otro lado, no se podría entender el proceso de la poética crítica de Camilo Fernández sin referirnos a los procesos y derroteros de la modernización de los estudios literarios en nuestro país. Quizás convenga recordar la apertura estilística y filológica de Luis Jaime Cisneros (1921-2011), la postura fenomenológica y lingüística en Alberto Escobar (1929-2000) y la perspectiva sociológica goldmaniana de Antonio Cornejo Polar (1936-1997), quienes, desde diversas canteras, renovaron la crítica literaria peruana de la segunda mitad del siglo XX y que han dejado huella en los escritores y estudiosos posteriores a estos, muchos de ellos discípulos de los investigadores antes mencionados.

Sin duda, caracteriza a la «poética crítica» de Camilo Fernández la amplitud dialógica del discurso. Es decir, el crítico no analiza la obra de manera insular (en otras palabras, intuitivamente ni de modo reduccionista), sino que procura una metacrítica necesaria para el inicio del recorrido. Se detiene en el análisis del contexto histórico-cultural en el que aparece la obra, posibilita una apertura interdisciplinaria y no plantea un monismo metodológico, sino que incorpora (la Retórica General Textual) otros discursos (verbigracia, la interculturalidad, la teoría de la antropofagia y la argumentación) que dialogan con la obra de arte. Evidentemente, podemos afirmar que hay predilección por abordar el estudio de la poesía; sin embargo, también observamos un interés particular por el estudio de la narrativa latinoamericana. En esta última tampoco le es ajena la óptica neorretórica como base para el análisis textual que retoma los planteamientos de la perspectiva filosófica y totalizante de la retórica aristotélica. En relación con los trabajos de Fernández dedicados al análisis de la prosa, distingo una preocupación por observar en la estructura novelística un universo cognitivo en el discurso del narrador (ideas y argumentos) y no únicamente la tentativa de explicar la actividad social de los seres humanos dentro del contexto histórico-cultural en el que se encuentran inmersos (más propias de un análisis sociológico tradicional). Estos trabajos sobre narrativa, en Sujeto, argumentación y metáfora (2011), abordan el relato hispanoamericano y el brasileño que no son de reciente interés en Fernández Cozman. De lo contrario, revísense algunos trabajos sobre narradores peruanos como, por ejemplo, un estudio a “El loco” de Carlos Eduardo Zavaleta que aparece en el libro C. E. Zavaleta: hombre de varios mundos (2009) compilado por Tomás G. Escajadillo o el análisis de los estilos de pensamiento en un fragmento de Los ríos profundos de José María Arguedas (Arguedas Centenario. Actas del Congreso Internacional José María Arguedas. Vida y obra, 2011) que revelan un esfuerzo por abordar la novela desde la perspectiva teórica de la argumentación y de la teoría de las ideas, no restringida únicamente a los discursos jurídicos.
La obra crítica de Camilo Fernández puede dividirse en dos grandes grupos. El primero está representado por un conjunto de ensayos de carácter monográfico sobre autores representativos de la tradición poética peruana como son los siguientes: César Vallejo, Emilio Adolfo Westphalen, César Moro, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Wáshington Delgado, Rodolfo Hinostroza y José Watanabe. Estos libros son: Las ínsulas extrañas de Emilio Adolfo Westphalen (1990), Las huellas del aura. La poética de J.E. Eielson (1996), Raúl Porras Barrenechea y la literatura peruana (2000), Rodolfo Hinostroza y la poesía de los años sesenta (2001), Mito, cuerpo y modernidad en la poesía de José Watanabe (2009), Casa, cuerpo. La poesía de Blanca Varela frente al espejo (2010), César Moro, ¿un antropófago de la cultura? 2012) y El poema argumentativo de Wáshington Delgado (2012). A estos autores cabe agregar dos autores latinoamericanos también abordados, como el poeta mexicano Octavio Paz en el libro El cántaro y la ola. Una aproximación a la poética de Octavio Paz (2004) y el vate argentino Luis Benítez en La poesía es como el aroma. Poética de Luis Benítez (2009). El segundo grupo está representado por un conjunto de libros que compilan artículos, ensayos y ponencias, que han aparecido indistintamente a lo largo de 25 años. Estos libros son: La soledad de la página en blanco (2005), La poesía hispanoamericana y sus metáforas (2008), Sujeto, metáfora, argumentación (2011) y Fulgor en la niebla. Recorridos por la poesía peruana contemporánea (2014).

De otro lado, pienso que la obra ensayística de Camilo Fernández comprende cinco períodos. El primero es el de aprendizaje y evidencia una perspectiva psicológica y está constituido por su primer libro Las ínsulas extrañas de Emilio Adolfo Westphalen (1990, 2003). Allí se puede observar la utilización del método de la psicología analítica que proviene del marco teórico de Carl Jung y está referida al tratamiento de los arquetipos y del inconsciente colectivo, la perspectiva onírica de Gastón Bachelard y la visión antropológica de Mircea Eliade sobre la construcción y repetición del arquetipo. Estos autores son útiles  para abordar el enigmático mundo y las concepciones arquetípicas en Las ínsulas extrañas.

El segundo periodo es el de la retórica estructuralista del Grupo μ con apertura sociológica bajo la perspectiva poético-formal y está constituido por Las huellas del aura. La poética de J. E. Eielson (1996), Raúl Porras Barrenechea y la Literatura Peruana (2000) y la primera edición de Rodolfo Hinostroza y la poesía de los años sesenta (2000). En el libro sobre Eielson se puede observar cómo el crítico literario se nutre de procedimientos de análisis retórico y así manifiesta su inclinación por el análisis del estudio de las figuras del discurso, poniendo énfasis en las formulaciones del Grupo μ de la Universidad de Lieja. En este ensayo, Fernández Cozman procura, además, un estudio de las figuras semánticas, fónicas y sintácticas ligadas a una teoría de las ideologías apoyándose en las nociones sociológicas de Walter Benjamin (quien subraya que la modernidad se fundamenta como un proceso de desintegración del aura) y Karel Kosík (quien entiende que, en la experiencia cotidiana, la racionalidad utilitarista establece sus dominios sobre la base de un mundo de las apariencias). En cambio, en el segundo libro, Fernández analiza el pensamiento de Raúl Porras Barrenechea y su vinculación con la literatura peruana. Para el historiador peruano, nuestra literatura tiene una esencia mestiza; asimismo, Porras incorpora la categoría de la transculturación en la investigación literaria en el Perú. De igual manera, Fernández Cozman aborda también los planteamientos de Porras acerca de tres autores claves para la modernidad en el Perú (Ricardo Palma, González Prada y José Santos Chocano) y sostiene que Porras no fue un hispanista y colonialista, sino un apasionado admirador del legado prehispánico a través de los mitos y relatos andinos. En el tercer libro, dedicado a la poesía de Rodolfo Hinostroza, parte de la perspectiva hermenéutica para llegar al planteamiento metacrítico que permite subrayar la naturaleza comunicativa y pragmática de la poesía. Esta propuesta parte de la perspectiva teórica de la Retórica restringida del Grupo μ o de Lieja, poniendo énfasis en las figuras del discurso de índole pragmática y comunicativa; asimismo se subraya la predilección de Hinostroza por la experimentación formal y se analiza el rol que cumple el significante como organizador de las estructuras de significación de poemas de Consejero del lobo y Contra Natura.

El tercer periodo es la perspectiva antropológica e intercultural y está constituida por El cántaro y la ola. Una aproximación a la poética de Octavio Paz (2004), Mito, cuerpo y modernidad en la poesía de José Watanabe (2008), La poesía es como el aroma. Poética de Luis Benítez (2009) y César Moro, ¿un antropófago de la cultura? (2012). En estos ensayos se puede observar cómo el crítico literario centra su atención en los procesos culturales y la naturaleza intercultural de la poesía. En el primer libro, dedicado a Octavio Paz, se plantea la poesía antropológica que refiere a una lírica intercultural donde el poeta evoca el mundo prehispánico y lo confronta con el occidental, de este modo se posibilita un dialogo entre ambos. Fernández, además, vincula la praxis poética de Paz con la tradición literaria francesa, examina la categoría de la modernidad del poeta mexicano frente a las ideas de Jürgen Habermas y Jean François Lyotard. Finalmente, aborda, además, la concepción de la poesía y la naturaleza antropológica de Piedra de sol. El segundo volumen, dedicado al poeta José Watanabe, parte de una perspectiva “plurimetodológica” donde relaciona los estudios antropológicos, históricos y metacríticos para abordar una lectura de El huso de la palabra, Historia natural y Cosas del cuerpo. Allí Fernández aborda los tópicos subyacentes a la poesía moderna (la racionalidad instrumental, la tecnología, la modernidad, la lírica conversacional, la obra abierta y la desmitificación). La hipótesis fundamental que recorre el libro recalca que en la poesía de Watanabe se observa el pensamiento mítico, una reflexión sobre el cuerpo en la modernidad y una crítica de la racionalidad instrumental. El tercer ensayo, que indaga en el universo semántico de la poesía de Luis Benítez, se sitúa en el marco del estudio de la poesía latinoamericana contemporánea. Allí el investigador sanmarquino se detiene en el ámbito de la llamada Generación de 1980 en Argentina. En este libro, Fernández analiza el referente prehispánico que aparece  en Mitologías/la balada de la mujer perdida poniendo énfasis en la tradición poética hispanoamericana y la poética de la interculturalidad (que surge en el ámbito de la vanguardia y la posvanguardia y que procura una asimilación creativa de los aportes de occidente). Asimismo, aborda la poética de las sensaciones (auditivas, táctiles, visuales, y olfativas) a partir del legado del simbolismo francés y estudia el campo figurativo formulado por Stefano Arduini para rastrear cómo se configura esta estructura cogniica en la poesía de Benítez. El cuarto libro, dedicado a César Moro, confirma el rigor y el apasionamiento del crítico por navegar en el oro de la poesía peruana. Allí Fernández categoriza y sistematiza conceptos ligados al planteamiento de Oswald de Andrade en el “Manifiesto antropófago” publicado en 1928. Esta peculiar «antropofagia» tiene que ver con la idea de cómo es que los latinoamericanos absorbemos de modo creativo los aportes de la cultura occidental. Sobre la sistematización de este manifiesto como categoría se puede leer el ensayo de Emir Rodríguez Monegal “Carnaval/ Antropofagia/ Parodia” publicado en la Revista Iberoamericana, Pittsburgh, Nº 108-109, 1979, donde el crítico uruguayo sostiene que en la época (se refiere a las tres primeras décadas del S. XX) coinciden diversas perspectivas teóricas como la de Bajtin, quien señalaba que la novela de Dostoievski derivaba de los géneros parodiados y carnavalescos que instauran un dialoguismo (es decir, una pluralidad de voces). El crítico literario peruano, a diferencia de Rodríguez Monegal, sistematiza el manifiesto como categoría y lo aplica a un poeta paradigmático como Moro; asimismo, ve en el terreno de la sociolingüística y la Retórica General Textual las herramientas para analizar las estructuras figurativo simbólicas de la poesía de Moro y cómo este último hace uso de un lenguaje híbrido que manifiesta una ideología antropófaga. De este modo, utiliza el concepto de “imaginación plurilingüe” que le sirve para detectar ciertas procedimientos por los cuales Moro emplea el francés desde la óptica de un sujeto cuya lengua materna es el español. Es así que el poeta peruano castellaniza el idioma de Baudelaire. En consecuencia, el crítico sostiene que el autor de La tortuga ecuestre practica un procedimiento típico de la literatura latinoamericana: la antropofagia, pues en dicho poemario se observa cómo el poeta asimila creativamente (a través de la violencia verbal) el surrealismo europeo.

El cuarto periodo es el de la consolidación de la perspectiva de la Retórica General Textual, aunque esta ya se deja evidenciar en el anterior periodo. Se pone de relieve la naturaleza de la metáfora como un universal antropológico; pero en esta etapa se consolida el tratamiento de este método, mas  con apertura interdisciplinaria para la lectura analítica a partir de la cosmovisión que porta el poema. Conforman este periodo los siguientes libros: La soledad de la página en blanco. Ensayos sobre lírica peruana contemporánea (2005), donde se subraya la necesidad de analizar la dimensión retórica figurativa de algunos textos con el propósito de indagar en la ideología que subyace en los textos literarios; la segunda edición del libro Rodolfo Hinostroza y la poesía de los años sesenta (2009), ya que amplía y supera la postura restringida del Grupo μ y ahora más bien se asimila los aportes de la Retórica General Textual, en particular, las categorías de campo retórico y campo figurativo; La poesía es como el aroma. Poética de Luis Benítez (2009) que también puede situarse en este periodo, ya que allí se pone énfasis en la perspectiva intercultural y en la dimensión pragmática y cognitiva de la figura retórica, es decir, la metáfora no es un desvío respecto de la norma, sino un universal antropológico relacionado con la dimensión comunicativa; y Casa, cuerpo. La poesía de Blanca Varela frente al espejo (2010), donde se analizan los campos retóricos referidos a los vastos contextos culturales a fin de situar la poesía de Blanca Varela donde se abordan los campos figurativos de la metáfora y la antítesis, pero con mayor énfasis en la figura de la desmitificación que configurará la estructura de Valses y otras falsas confesiones (1964-1971) a partir de la figura del cuerpo como centro de reflexión y disputa. Particularmente, en este periodo se enfatiza con mayor detenimiento el análisis textual a partir de los aportes de la Retórica General Textual de Stefano Arduini, Tomás Albaladejo o Antonio García Berrio, y de la postura de la lingüística cognitiva de George Lakoff , Mark Johnson y Mark Turner.

Finalmente, el quinto y último periodo es el de la indagación en la perspectiva retórico-argumentativa y está constituido por tres libros. El primero es Sujeto, metáfora, argumentación (2011), que reúne en un solo volumen un conjunto de ensayos divididos en tres secciones, donde no solo se abordan textos poéticos, sino también narrativos. La primera sección se centra en la poesía hispanoamericana; la segunda, en la narrativa hispanoamericana; y la tercera, en la novelística brasileña, poniendo énfasis en una figura importante de la literatura del Brasil: Joaquim Maria Machado de Assis. En relación con los trabajos sobre poesía resulta interesante la reflexión sobre la construcción de la condición del sujeto “marginal” o marginado” latinoamericano y qué discursos plantean dicha problemática. Además, se reflexiona cómo el sujeto reacciona en su condición de “otredad” y desde qué espacio simbólico se ejercen aquellos discursos de cuatro poetas latinoamericanos (Vallejo, Neruda, Parra y Cisneros). En el segundo ensayo, “Los interlocutores en Escrito a ciegas (1961) de Martín Adán”, el crítico emplea la teoría de la argumentación, que se nutre de los aportes de la Retórica aristotélica y del marco conceptual de Chaïm Perelman y de Lucie Olbrechts Tyteca; además, analiza algunas metáforas sobre la base de una óptica cognitiva y pone en relieve el enfoque de la Retórica General Textual (representada por Tomás Albaladejo y Stefano Arduini). El académico plantea de este modo que el poema de Martín Adán es un texto argumentativo, pues el locutor personaje se dirige a una alocutaria representada con el fin de convencerla haciendo uso de cierta estructura argumentativa y de una amplia gama de figuras retóricas. El segundo libro es El poema argumentativo de Wáshington Delgado (2012), donde se profundiza con mayor despliegue la retórica de la argumentación. Este estudio tiene un sistema metodológico, teórico y de análisis sustentado en la Retórica General Textual (especialmente, en este libro, con Stefano Arduini y Tomás Albaladejo), pero aquí se pone énfasis en los elementos del “texto argumentativo” para luego detenerse en los campos figurativos, los interlocutores y la visión del mundo en los poemas analizados. En esta nueva publicación, Fernández profundiza en los conceptos de la Retórica de la argumentación de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca en lo que respecta al funcionamiento de las técnicas argumentativas en una obra literaria, que, como señala el crítico, abre la posibilidad de una lectura pragmática del poema porque el argumento de un locutor intenta producir un efecto en el alocutario. Para Fernández Cozman, dicha particularidad de la obra de Delgado aparece a partir de Días del corazón y, sobre todo, desde Para vivir mañana; además, permite inferir que esta escritura busca fundamentar una opinión a través del empleo de una estructura argumentativa determinada. Y, finalmente, el último libro es Las técnicas argumentativas y la utopía dialógica en la poesía de César Vallejo (2014), que obtuviera el Premio Nacional de Ensayo Vallejo Siempre 2014. En este libro se estudia al vate trujillano en el contexto de la poesía peruana del siglo XX, donde este dialoga con los movimientos literarios y con otros poetas de la época; Fernández reflexiona, además, sobre la utopía dialógica desde una postura argumentativa que se observa en Poemas humanos y España, aparte de mí este cáliz. En este libro se reitera el trabajo sobre la base de la Retórica General Textual y la Retórica de la argumentación, pero noto que en este texto se profundiza en la noción cognitiva y pragmática del poema. Es decir, Fernández usa las categorías de “provincias figurales” de Giovanni Bottiroli  que subrayan el lazo entre la figura retórica y las estructuras de pensamiento y, por otro lado, emplea la noción de “poliacroasis” de la retórica cultural de Albaladejo, que  hace referencia al hecho de cómo el locutor se dirige a múltiples alocutarios en el universo representado en el poema.

La presente compilación de ensayos, El viaje a través de la palabra, tiene el propósito de mostrar y orientar al público lector a la lectura de un determinado conjunto de textos que, desde mi perspectiva, definen el proceso, los cambios metodológicos, las asimilaciones teóricas y el reciente interés de Fernández por insertar diferentes elementos de la retórica como saber con el propósito de echar luz sobre la obra literaria. Distingue a la escritura de Fernández Cozman la agudeza con la que observa los estudios sobre el autor abordado, la clara explicación de las categorías que utiliza y el análisis textual donde se operativizan los andamiajes teóricos y metodológicos que revelan cómo el corpus de la poética crítica del estudioso limeño  se constituye en una de las más sólidas de la crítica literaria latinoamericana. Él, sin duda, ha entendido que el oficio crítico es también una creación al igual que cualquier obra de arte.

Con esta antología, que es, a su vez, un homenaje, procuro dar una imagen de la «poética crítica» que nos plantean los ensayos del investigador sanmarquino. Son  25 años de producción bibliográfica (desde 1990 hasta el 2015) y casi una veintena de libros. Los análisis de Camilo Fernández son referencias imprescindibles para el estudio de la literatura peruana y la latinoamericana, sobre todo de la poesía. Aquí se antologa un conjunto de textos donde el crítico usa sus mejores antorchas para alumbrar el todavía enigmático bosque de la lírica peruana.



Alejandro G. Mautino Guillén
Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo
Sociedad Peruana de Retórica


martes, 20 de septiembre de 2016

LA POÉTICA DE ANTONIO SARMIENTO EN LA COLINA INTERIOR. UNA LECTURA DE SUS CONSTANTES DISCURSIVAS



Las últimas promociones de poetas en Áncash han demostrado un contundente manejo y dominio de la palabra que se materializan en propuestas como la de Manuel Cerna en Poemas perdidos, Ricardo Ayllón en Un poco de aire en una boca impura, Juan Carlos Lucano con su poemario La hora secuestrada, César Quispe con su libro Una piedra desplomada, Wilder Caururo Sánchez con Pájaro. Escrito para no matar, Dante Lecca con Breve tratado de ternura, Denisse Vega Farfán con El primer asombro y Antonio Sarmiento con su obra La colina interior, entre los más importantes. Este dato resulta significativo; por un lado, se advierte que los poetas provienen de Chimbote y Huaraz y; por otro, se observa que existe una creciente continuidad escritural en Áncash forjada por escritores que han sabido llevar en alto el peso de autores mayores como Carlos Eduardo Zavaleta, Óscar Colchado, Marcos Yauri, Juan Ojeda, Julio Ortega, Rosa Cerna Guardia, Macedonio Villafán, entre otros.

Recientemente acaba de publicarse La colina interior (Ediciones Copé, Lima, 2016), poemario de Antonio Sarmiento Anticona (Chimbote, 1966), quien resultó ser el ganador del Premio Copé de Oro de la XVII Bienal de Poesía “Premio Copé 2015”, quien además pertenece a esas últimas promociones de poetas en Áncash que demuestran un innegable dominio y manejo de la palabra como ya hemos mencionado.

El libro del autor porteño está dividido en dos partes precedidas por un poema del mismo autor que se anticipa como un epígrafe. Se trata del poema “Ofertorio”, donde a partir de una poética intertextual, que sostiene la figura del arqueólogo del siglo XIX, el francés Jean-Baptiste Le Chevalier, que indagó en excavaciones buscando la Troya cantada por Homero, se busca liar una memoria histórica. De esta manera, en este ofertorio, la voz poética busca consagrar a aquello que ha permanecido bajo tierra o bajo la memoria: “Esta historia empezó/ cuando los hombres de la misión/ excavando en roca mineral/ al este de la colina desenterraron/ una sombra del tamaño de un fardo pequeño” (p. 11).
Desde mi punto de vista, la poética de Sarmiento se estructura a partir de tres constantes marcadas y diferenciadas que son el espinazo del gran pez que es su poesía.

La primera constante se refiere a la naturaleza que se resemantiza con el pasado. De este modo, en el poemario se desenvuelven tres elementos simbólicos que excitan la memoria en base a representaciones e interrelaciones: la figura simbólica de la arena, la figura simbólica del mar y la figura simbólica de la colina. Para José María Albert de Paco (2003), la arena “representa la multitud. En virtud de su naturaleza maleable y de la sensación que experimentamos al tender o caminar sobre ella, la arena, evoca, asimismo, el regreso del hombre al útero materno” (p. 150). La arena, entonces, es un elemento importante en el poemario, aparece como un velo que lo cubre y lo oculta todo en sus múltiples formas como barro, tierra, polvo o arena. Los siguientes versos del libro pueden resultar ilustrativos: “Porque eres polvo y origen/ azogue y cristal/ leve substancia y madera/ con que están hechos los marmóreos sueños/ útero y matriz” (p. 25). El otro elemento es el mar. Para Juan Eduardo Cirlot (1992), “el mar simboliza la inmensidad misteriosa de la que todo surge y a la que todo torna” (p.45). La literatura se ha referido a éste de múltiples formas que parecen coincidir. Dos ejemplos bastan: “Coplas por la muerte de su padre” de Jorge Manrique y El cementerio marino de Paul Valéry. En La colina interior de Sarmiento, también el mar tiene esa representación, muy ligada al elemento tanático y sus múltiples formas como el olvido. En el poemario, volver a la figura del mar es como retornar a la madre, al origen de todo, que es también el morir, ya que el recuerdo se encuentra en el pasado con la abuela, papá, mamá, los pescadores y los amores. Esos personajes solo se ubican en la memoria de la voz poética que a la usanza rulfiana aparecen y desaparecen. Estos versos que aparecen en el libro pueden resultar ilustrativos: “Y el reino se desplazó con las olas/ en un vaivén eterno hacia su refugio el mar” (p. 45). Otro elemento que aparece es la figura de la colina, que en el texto tiene un doble sentido. Por un lado, desde una perspectiva topográfica, la colina es una elevación natural de terreno, que en el poemario hace alusión a colinas alojadas en la costa y que ocultan una historia trágica (huacas destruidas por el tiempo y el terremoto de mayo del 70) al igual que la colina de Hissarlik (que antiguamente se creía ocultaba la historia de la Troya de Homero). Por otro lado, la colina “interior”, desde una perspectiva simbólica, representa las formas que ocultan un mundo interno en caos y que se visualiza a través de la memoria individual del yo, que a su vez activa las prácticas culturales de la memoria colectiva. De esta manera la colina no solo es un montículo de tierra que cubre un espacio, en este caso cubre una historia y objetos de personajes que yacen en escombros, enterrados en el tiempo pero que son descubierto por la memoria y el inconsciente a través de la figura del arqueólogo Le Chevalier que se anticipa como un alter ego de la voz poética. En el poema “Una partida en las rocas” se pueden leer estos versos: “Alrededor de la colina corría el viento ronco/ y macizo, había sedimentos de moluscos/ algunas vasijas rajadas, utensilios hundidos en la arena/ agarrándose de las últimas raíces la memoria/ una lámpara de miel, sílabas rotas” (p. 50).

La segunda constante lo conforman las figuras del discurso que activan la memoria. Por un lado está Le Chevalier (un arqueólogo francés del siglo XIX), que como ya hemos explicado se anticipa como un alter ego de la voz poética. Le Chevalier indaga en las excavaciones buscando la Troya cantada por Homero en Hissarlik, que también es el nombre de la llanura donde se inicia la travesía para buscar la ciudad mitificada por el autor griego. Pero en el poemario de Sarmiento, Le Chevalier no solo aparece en Hissarlik sino en La Florida, una barriada de Chimbote, situada muy cerca al mar y afectada por el terremoto de mayo del 70. De esta manera, hay un paralelo entre Hissarlik y La Florida; la primera, oculta enterrada la historia de Troya (la cultura occidental, de élite, de reyes y poder) y, la segunda, el arenal y la humedad del mar ocultan los rastros del desastre del terremoto (la cultura americana, sector marginal, humildes pescadores y objetos cotidianos). Veamos esos paralelismos en este personaje. En el poema “Ofertorio”, por ejemplo, se lee: “Le Chevalier solo se interesó/ por la única canilla real, nítida, que/ extrajeron de un filón de plata viva/ refulgiendo entre tanta evanescencia” (p. 12). En otro poema como “Tierra baja/ tierra alta de La Florida”, leemos: “Encontraron al este de la colina/ indicios de una civilización superior según/ lo comprueba la avanzada textilería/ de la cámara mortuoria de la reina abuela” (p. 17). Asimismo, están las figuras representadas que activan la memoria cultural del espacio simbólico del litoral. En el poemario, aparecen diversos personajes que terminan por darnos una imagen de La Florida. Éstos aparecen metaforizados a través de la arqueología como es el caso de la abuela; la figura femenina aparece muy ligada al ámbito sexual unida al mar; los pescadores aparecen en sus faenas cotidianas y el yo poético en sus experiencias parece ser el testigo de un mundo feliz, ahora utópico en su memoria. El poema “De cuando el mito dejó de serlo”, puede resultar didáctico: “yo vivía cerca del mar, había una/ pequeña caleta de hombres rudos y sacros/ con una estatua en las redes, de cuando/ el mito se erguía en su única calle” (p. 57). En otra parte del libro se leen estos versos en prosa: “En el terremoto del setenta/ yo aún deletreaba mazurcas en brazos de una/ madre/ áurea y extensa como los oscuros pajonales serranos/ hoy al reverdecer mis años voy sintiendo más fuerte su remezón” (p. 25).
Estos tópicos, evidentemente, buscan vincular al hombre moderno a una idea no reducible a su transitar en su rutinariedad, sino descubrir lo fundamental en esa existencia: su fuerza para batallar, o si se quiere, sobrevivir su cotidianidad y su memoria, lo cual puede llegar a tener una carga mítica personal.  Al respecto, Mircea Eliade (1961) plantea que “en el nivel de la experiencia individual el mito nunca ha desaparecido completamente: se hace sentir en los sueños, las fantasías y las nostalgias del hombre moderno” (p. 24). De esta manera, se puede entender que para Sarmiento no haya mayores diferencias entre Hissarlik y La Florida, ya que cada personaje que aparece bajo la colina, bajo los escombros, bajo el olvido también posea una carga mítica. Ahí están la figura de la abuela matriarcal, los pescadores como antiguos viajeros troyanos, el ermitaño como un hombre iluminado y extraño para los demás, etc. Por ello no es gratuita la relación que hace Sarmiento. Él percibe un aura mítica, donde héroes marginales con historias degradadas posibilitan el nacimiento de un nuevo esquema: el mito del hombre moderno que se resuelve en universo avasallante y deshumanizador.

Y finalmente, la tercera constante es la poética de la interdiscursividad e intertextualidad. En la poesía de La colina interior se produce un continuo diálogo en dos modalidades: a nivel discursivo y a nivel textual. La interdiscursividad se da través del diálogo de la literatura con otros discursos como la Arqueología y la Historia. La arqueología aparece en las referencias que se hace sobre Le Chevalier (y sus excavaciones buscando la Troya de Homero) y algunos restos arqueológicos de algunas culturas antiguas escondidas bajo la arena en La Florida; mientras que la parte histórica describe con profundo pesar la historia de La Florida y el funesto mes de mayo del terremoto de 1970. Asimismo, la intertextualidad se da a través del diálogo creativo de la poesía de Sarmiento con la poética de otros autores como Rulfo (a través de la prosa y la poesía se describe un universo asolado por el terremoto, pero éste recobra vida por medio de la memoria que vive su propia odisea buscando su identidad y su gente).

Desde nuestra perspectiva, Marcos Yauri con Tiempo de rosas y de sonrisas… y Antonio Sarmiento en La colina interior; son los dos autores que han penetrado en el dolor y la memoria del terremoto de mayo del 70. El primero hurga desde la narrativa en una crónica del dolor y el espanto que produjo el desastre en la zona andina; mientras que el segundo, en poesía, en la zona costera, reconstruye una ciudad en torno a imágenes del pasado y la infancia que han sido afectadas por el fenómeno telúrico y que la memoria reactualiza y consagra.

Sin duda, La colina interior de Antonio Sarmiento es un libro valioso dentro de las poéticas últimas en nuestro país. El libro confirma a su autor en el tortuoso camino de la literatura, donde sin duda habrá que subir muchas colinas para develar el verdadero cordón umbilical que nos nutre, la tierra y la poesía hecho mar.



Referencias bibliográficas

Albert de Paco, José María. (2003). Diccionario de símbolos. Barcelona: Editorial Óptima.
Cirlot, Juan Eduardo. (1992). Diccionario de símbolos. Barcelona: Editorial Labor.
Eliade, Mircea. (1961). Mitos, sueños y misterios. Buenos Aires: Fabril Editora.
Sarmiento, Antonio. (2016). La colina interior. Lima: Ediciones Copé.


jueves, 14 de julio de 2016

TRAS EL REINO DE LAS DESOLACIONES. LA POESÍA DE JUAN CARLOS LUCANO.


La poesía en Áncash, en las últimas décadas, ha traído valiosas propuestas que se materializan en voces como la de Ricardo Ayllón en Un poco de aire en una boca impura, Juan Carlos Lucano con su poemario La hora secuestrada, César Quispe con su libro Una piedra desplomada, Wilder Caururo Sánchez con Pájaro. Escrito para no matar, Dante Lecca con Breve tratado de ternura, Denisse Vega Farfán con El primer asombro y Antonio Sarmiento con La colina interior, entre los más importantes. Este dato resulta significativo; por un lado, se advierte que la mayoría de los poetas mencionados son chimbotanos (o tienen como foco cultural el puerto) y; por otro, se observa que existe una creciente continuidad escritural en Áncash forjada por escritores jóvenes.

Juan Carlos Lucano (Chimbote, 1975) es licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Nacional del Santa y realizó una Maestría en Educación en la Universidad César Vallejo. Asimismo, ha colaborado con artículos y comentarios literarios en el diario La Industria de Chimbote, cuyos textos seleccionados conforman La intimidad de la invención (2011); libro de crítica literaria sobre autores locales, nacionales y extranjeros. Fue, además, miembro fundador del grupo de literatura Brisas y participó en las publicaciones colectivas Tres sangres, un sentimiento (1998) y Voces del silencio (1999). Ha publicado las plaquettes Deseres (2002) e Instintoz (2004) y los poemarios Rosas negras (2005) y La hora secuestrada (2006).

El reino de las desolaciones (Ornitorrinco Editores, 2016) es una antología personal, dividida en cuatro secciones, que reúne lo más selecto de la poesía de Juan Carlos Lucano. Desde nuestra perspectiva, haremos una revisión de los aspectos temáticos que se abordan en dicha escritura y observaremos qué aspectos técnicos literarios se desprenden en esta antología personal.

Hay tres grandes tópicos que comprende la poética de Juan Carlos Lucano en este libro. El primero es el viaje al reino interior de las percepciones a partir de la deconstrucción del yo; el segundo, es la visión crítica sobre el espacio simbólico donde mora la humanidad a través de una postura de insatisfacción con el universo exterior del sujeto poético (Ligado a la posmodernidad que se presenta como un instante angustioso y crítico) y; el tercero, la desacralización de la figura divina como dadora de armonía.

El primer tema que desarrolla Lucano en este libro es el viaje al reino interior de las percepciones a partir de la deconstrucción del yo. Este accionar se torna angustioso, pues el yo se haya en un conflicto, en una escisión de su unidad, de su identidad, incluso de su colectividad representada en conceptos de “hermano”, “padre”, “hijo” y “mujer” a lo largo de las páginas del texto. De esta manera hay un énfasis particular en la figura del yo poético en el libro, pues este percibe la realidad exterior y la interioriza en un diálogo reflexivo con su otredad a partir de un tono exhortativo. Por ejemplo en el poema “La danza del tambor” se lee: “En esta que ahora/ Es la casa de mi hijo/ Yo te digo/ Ni siquiera te aproximes/ Ni te engañes/ Cuando escuches/ Una voz de mujer/ Que viaja como fuga de tambor/ Desde el cuero profundo/ Para hacerte bailar/ Sobre el sacrificio/ De tu hermano…”; en otro poema como “El viejo aire” se leen estos versos: “Hay una sospecha en el aire que nadie huele/ Y que nadie quiere/ Y que solo el que expone la mano/ Y el lomo cansado teme/ Esta es la incertidumbre/ De los que en la puerta del barranco no resisten/ El aire usado…”. Como se puede observar, esta escritura busca un diálogo reflexivo y exhortativo que también se evidencia en “La desconfianza”, donde se lee: “Dime única razón/ Dime único mortal/ Si aún te queda un poco de vergüenza/ Hasta cuándo atizarás la llama en el bosque/ Y la fe será un agravio en las comisuras que llenan el vientre/ ¿Será acaso que lo único que esperas…/ Sea borrar cada instante que nos queda?”. Este diálogo; por un lado, obedece una visión crítica de la realidad, del entorno, del cosmos que rodea al yo poético y; por otro, a la interioridad del yo, un cuestionamiento de sí mismo. El poema “La voz” puede resultar ilustrativo para referirnos sobre el cuestionamiento y la incertidumbre del proceso de individuación del yo: “¿Quién nos regaló este cuerpo?/ Truenan unos labios/ Acaso fuiste tú Señor/ O la loca idea que se precipita de la hermana lluvia/ Hay una sola voz que no se escucha/ Y esa es tu voz Señor”.

El segundo tópico del libro es la visión crítica sobre el espacio simbólico donde mora la humanidad a través de una postura de insatisfacción con el universo exterior del sujeto poético (ligado a la posmodernidad y que se presenta como un instante angustioso y crítico). En la poesía de las últimas décadas se puede rastrear algunos tópicos de lo posmoderno. Respecto a esta el filósofo italiano Gianni Vattimo y el pensador francés Jean-François Lyotard coinciden en subrayar que este es un momento filosófico e histórico que indica la crisis y el fin de los ideales del siglo anterior. Este se caracteriza por la fragmentación del yo, el debilitamiento de la historicidad que cuestiona a la historia oficial que aparece como catastrófica y en la que se erigieron conceptos como progreso, humanismo, cultura, religión etc., como categorías trascendentales para interpretar y normar la realidad. Sin duda, el hombre posmoderno reconstruye su historia en base a trozos, fragmentos, una perturbación de los recuerdos que condesan una atmósfera hedonista caracterizado por el individualismo y la angustia. En el poemario tienen un valor simbólico conceptos como “Casa”, “Ciudad” y “Tierra”, pues estos se presentan como deícticos que subrayan el lugar donde mora la humanidad posmoderna. Verbigracia, en el poema “La danza del tambor” se leen estos versos: Solo/ Bailando las angustias/ Que lo hacen sentirse/ Falso renacido/ En esta que ahora/ Es la casa de mi hijo/ Yo te digo/ Ni siquiera te aproximes…”; en otro poema como “último viaje” se lee: “mi suerte y dolor un cristo crucificado/ nuestra casa un madero clavado…”. Un poema que puede resultar ilustrativo para referirnos sobre el lugar simbólico que se otorga a la ciudad es “El viejo aire”, donde se leen estos versos: “El aire usado/ La ciudad ya no es la misma/ Solo un espeso viento toca las cuerdas/ De un cuerpo que en la ventana de la mañana/ Le dice adiós a los días/ Quién no ha sido arrastrado por el hartazgo empedrado”; en otro poema como “Hedónicos” se subraya: “la ciudad ahora los advierte/ desde los ojos de la acera/ el olor de féminas/ y faunos acompañan/ por la esquina la caricia derramada”. El valor simbólico que pone énfasis en el concepto de “tierra” quizás merezca una atención especial, pues esta se repite en muchos poemas. Por ejemplo, en el poema “La desconfianza” se lee: Hasta cuándo he de pelearnos con los frutos de la tierra/ Dime única razón/ Dime único mortal/ Si aún te queda un poco de vergüenza...”; en otro poema como “La fe cansada” se leen estos versos: “Este es el cansancio de una cruz blasfemada/ Que de rodillas nos conduce a la tierra/ Como cuando un tronco seco renuncia a su gallardía y/ Se tropieza con el suelo…”; en este otro poema como “La hora” se enfatiza: “Me he derramado en aquel vetusto sillón/ Y le he pedido al centro de la vieja tierra que me levante con su peso/ A esta hora ingrata no tengo un camino…”, entre otros ejemplos. En este apartado, como observamos, tanto casa, ciudad y tierra encierran un valor simbólico, pues este es el espacio donde mora la humanidad, ese es el reino donde gobierna la desolación en un tiempo posmoderno.

El tercer tópico que observamos en este libro es la desacralización de la figura divina, del tiempo y del espacio referencial. Esta reconstrucción desacralizadora, sin duda, obedece a una práctica neobarroca y posmoderna. En esta se imbrican personajes míticos, elementos arquetípicos de los discursos bíblicos, pero al mismo tiempo sujetos ligados a lo posmoderno y a la ciudad. Este elemento se torna angustioso, pues el yo se haya en un conflicto, en una escisión de su unidad, de su identidad, incluso de colectividad representada en la desacralización de la figura de Dios. He aquí la importancia de la posmodernidad y el énfasis en el sujeto poético en el poemario de Lucano a través de una tendencia ligada al tono exhortativo y a la desacralización de las figuras divinas, del tiempo y del espacio. Estos versos del poema “La fe cansada” pueden resultar ilustrativos: “Este no es el camino de un Dios prometido/ Sino la angustia más infinita/ Que nos saca la lengua cuando le damos la espalda/ Ay del hombre heredado y la tierra soñada/ Que se levanta todos los días recordándole/ La esperanza de una nueva boca/ Que no ha tragado siquiera una miga…”; en otro poema como “El hoyo” se leen estos versos: “quién no ha embarcado sus cuencas en las/ ventanas de dios/ y se ha visto crucificado/ quién torturándose con pesadillas no ha/ parafraseado padrenuestros…”;entre otros ejemplos. Este asunto no es nuevo en poesía. Solo para tomar un ejemplo en la poesía moderna, en Baudelaire aparece este elemento. En la poesía latinoamericana; en Vallejo, Dios es el hombre, el que sufre, trabaja, come, suda y es un asalariado; en el Neruda de Crepusculario, por ejemplo, Dios es un perro y está en todas las cosas vanas y cotidianas perdiendo así su carácter sagrado y; en Benedetti, Dios aparece en su posibilidad de figura femenina y sensual en sus formas. Como ya lo advertimos, esta también aparece en la poesía de Lucano; sin embargo, lo que particulariza la postura de Lucano es una visión desolada y pesimista. Una carencia de confianza en los ideales de la figura de Dios y de la religión donde lo único salvable es la fe que conduce, en este reino de la desolación, a la terca esperanza de la humanidad.

La poética de Lucano en El reino de las desolaciones se construye a partir de una estética postvanguardista que tiene sus fuentes en la segunda mitad del siglo XX y que redefine los aportes del surrealismo. En el libro el territorio de la desesperanza, en el que la sensación de hundimiento o el vacío provocado por la angustia, el dolor o la tristeza honda, se manifiesta a través de imágenes duras y pesimistas. De este modo, la desolación gobierna sobre el elemento simbólico del espacio donde habita la humanidad. Sin duda este libro confirma a un autor de valía para nuestras letras.



Alejandro G. Mautino Guillén
Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo

sábado, 2 de julio de 2016

"LITERATURA Y CULTURA. UNA INTRODUCCIÓN" DE MIGUEL ÁNGEL HUAMÁN VILLAVICENCIO


Acaba de aparecer la segunda edición del libro Literatura y cultura. Una introducción (Dedo crítico Editores, 2016) del destacado crítico, teórico y profesor sanmarquino Miguel Ángel Huamán. Al inicio del libro nos topamos con una idea sentenciante de Antonio Cornejo Polar sobre el texto de Huamán: “no intenta construir una hermenéutica literaria, no intenta introducir al estudiante a través de los métodos de lectura de los textos, aunque los utiliza por supuesto, sino fundamentalmente lo que intenta es hacer comprender que la literatura es parte de un sistema mucho mayor que obviamente incluye a la sociedad, pero de manera mucho más definida y definible incluye a la cultura”. (p. 11-12). De esta manera, para Cornejo Polar, el perfil de Huamán ha hecho que “lo profundo se convierta en algo claro y que lo erudito se convierta también en algo al alcance de todos, prácticamente de cualquier lector” (p. 13).

El presente libro, Literatura y Cultura. Una introducción está dividido en seis apartados. El primero es una amplia Introducción sobre diversos tópicos ligados a la sociedad y a la cultura. Nuestro autor señala que “en toda sociedad y su cultura, el arte es el lenguaje de la vida, a través de él la realidad habla de sí misma. El arte representa, por ello, un magnifico generador de lenguajes que involucran no solo la palabra, la imagen, el color y una infinita gama de estímulos acústicos, visuales, etc.” (p. 30). De este modo, el arte presta a la humanidad un servicio insustituible ligado al proceso de comunicación social que configura el concepto de actividad artística. Otro punto que se subraya en este apartado es la diferenciación entre lo real y la realidad. Huamán afirma que “la realidad es una construcción social que tiene mucho que ver con nuestra cultura, con el conjunto de creencias, ideas o reglas que nuestra colectividad ha elaborado en el transcurso de su experiencia histórica” (p. 31). Otro punto que conviene resaltar es la del arte como lenguaje; para el teórico sanmarquino “el rasgo que caracteriza  al arte, al margen de cualquier punto de vista filosófico sobre su naturaleza, es su organización” (p. 38). Vale decir, constituir una realidad altamente organizada. De esta distinción el estudio de la literatura como disciplina humanística no pueden abordarse de una manera reduccionista, es decir, limitándose al contenido o al mensaje de esta. Otro punto que se subraya con énfasis en este apartado es la problemática de la literatura y los estudios literarios. Nuestro autor conceptualiza la teoría literaria, la historia literaria y la crítica literaria. Sobre la teoría literaria menciona que esta es “un conjunto de conceptos, categorías y principios referidos al lenguaje artístico propio de la literatura, al discurso y texto específico de las obras literarias, que guían el trabajo de interpretación, comprensión y difusión de las obras artísticas de creación verbal en una sociedad” (p. 45) y sobre la historia literaria y la crítica literaria subraya que ambas son disciplinas que parten de los criterios señalados por la teoría literaria; pero la primera, tiene que ver con un sentido diacrónico, esto es, en un estado temporal de la historia; mientras que la segunda, tiene que ver con un sentido sincrónico, es decir, un detenimiento  transversal o actual. Otro aspecto importante en este apartado también es el tópico de la lectura y la crítica. Huamán inicia su reflexión haciendo una diferenciación precisa entre la literatura (entendida como práctica social definida) y los estudios literarios (entendidos como disciplinas de investigación); luego, subraya el importante papel que tiene la lectura crítica. Para el autor “la función esencial que cumple la crítica es la de enseñar a leer, a descodificar la experiencia humana, leer la vida y lo real, todo ello gracias y a partir de su contacto con las obras literarias” (p. 49). Asimismo, se puede hablar de tres momentos en la lectura: la descripción o análisis, la explicación y la interpretación. Sin embargo, también se pueden establecer tres tipos de lectura. Una primera es una lectura lineal, referida a un dominio poco imaginativo y ciego. Para el profesor sanmarquino esta lectura se contenta con contar la historia del relato o en repetir de otra manera lo que dice el poema, esto quiere decir, una lectura empobrecedora. Una segunda es una lectura tradicionalista, referida al ámbito de lo trillado, pues esta se encargará de repetir lo que otros han dicho sobre el relato o sobre el poema, esto es, una lectura estándar que no aporta nada. Y una tercera es una lectura crítica, que ofrece una mirada inédita y pone en cuestionamiento a la primera y segunda lectura y; por el contrario, atiende al discurso, al lenguaje literario, al qué y al cómo de la obra y aún más, atiende a otros aspectos como la sociedad y la cultura.

El segundo apartado del libro está referido a las categorías de “Cultura, modernidad y literatura”. En esta parte del libro importa la comprensión del proceso literario, donde se pone especial énfasis en aquello a “lo que llamamos literatura o creación verbal es a su vez producto de nuestra cultura” (p. 65). De esta manera, tanto la literatura y los estudios literarios que trazan los parámetros de esta se constituyen como productos de la cultura moderna e intentan diversas formas de incidir en la sociedad “al brindar mecanismos de identidad individual y social” (p. 66). Para Huamán, nuestro proceso no solo debe producir obras de resolución simbólica amplia y representativa de la totalidad social y que estén escritas en una lengua nacional, sino que en la tradición cultural y literaria. Otros tópicos de este apartado son la modernidad (vista como categoría filosófica y cultural muy ligada a la propuesta de Habermas) y el desarrollo (siguiendo algunas posturas de Mariátegui). Sobre el primero se subraya que “hay una modernidad desde los criterios y patrones nuestros, una alternativa de modernidad andina o peruana, cuyo desarrollo debería acercarnos a los beneficios propios de la era de la ciencia, la tecnología y la cibernética” (p. 78) y, sobre el segundo, pone en vigencia el pensamiento de Mariátegui y afirma que éste “no solo funda una tradición propia de reflexión rica, sino que en su vastos escritos literarios establece con nitidez criterios de valoración del humanismo, la libertad y la criticidad propios del arte y la literatura que le permitieron defender y propugnar una cultura nacional antiautoritaria, enriquecida con aportes externos y enraizada en la tradición histórica, como factor indispensable para el desarrollo” (p. 88).

El tercer apartado del libro es “La tragedia del desarrollo”, donde el teórico sanmarquino toma de manera simbólica el Fausto de Goethe como obra arquetípica donde se evidenciaría una alegoría de la tragedia del desarrollo. Nuevamente se usa la categoría de modernidad, ligada a un conjunto de imágenes, valores y representaciones de la etapa de la evolución histórica y referida a ideas o creencias que constituyen la noción de desarrollo. De esta manera, para Huamán, “Fausto está representando los ideales del progreso la modernidad emergente y Mefistófeles está representando los procesos de modernización que a título de la modernidad o el progreso se implementaron” (p. 102).

El cuarto apartado del libro es “El heroísmo en la vida moderna”, donde el autor aborda la presencia capital de Baudelaire en el desarrollo de la poesía contemporánea. Para nuestro autor, el poeta francés forja desde diversas aristas una mirada particular sobre la modernidad y los riesgos de esta sobre la ciudad. Baudelaire, de este modo, procuraría una sensibilidad capaz de construir un sistema crítico dentro de esta. Hay algunas ideas que pueden desprenderse respecto a lo anotado, por ejemplo, en el poema “El albatros”, Baudelaire compara y trabaja simbólicamente la imagen del ave con el artista en la modernidad, donde este en la realidad material y en la modernización se muestra torpe,  inútil y es víctima de la incomprensión humana. En otro poema como “Correspondencias”, contrapone el tópico de la realidad interior frente a la realidad exterior, donde la sensibilidad del artista tiene que hallar símbolos y percepciones que puedan llevarnos hasta lo oculto para alcanzar la expresión plena de la libertad del individuo. En otro texto de Baudelaire, “Los ojos de los pobres”, asistimos a una mirada crítica del artista quien es capaz de reconocer el nacimiento del espacio urbano como centro de simbologías y desigualdades en la vida contemporánea. De este modo, “el papel del poeta francés en la precisión de la heroicidad de la vida cotidiana en la cultura moderna es fundamental” (p. 134).

El quinto apartado del libro está referido a “La modernidad y el subdesarrollo”, donde el autor nos introducirá en la problemática de la modernidad en el ámbito del subdesarrollo a partir de una atenta lectura de Crimen y castigo de Dostoievski. Al decir del autor, en la novela del ruso, la modernidad es representada desde la perspectiva de una realidad subdesarrollada. Donde la figura del joven Raskolnikov se puede leer simbólicamente como un tipo de respuesta frente al influjo de la modernidad y sus impulsos de progreso. Es así que para el crítico sanmarquino la obra muestra una abominable mirada de la modernidad “capturada en el torbellino de sus procesos modernizadores, en los que no vacila en asumir como costo social del progreso la muerte física o material, así como la moral o intelectual, de miles de personas” (p. 163).

Finalmente, el último apartado del libro es “Modernidad, Vanguardia, posmodernidad”, donde nuestro autor se concentra en el apogeo y la crisis del sistema capitalista y la noción de modernidad cultural en el siglo XX, época en la que surgen nuevas sensibilidades en Latinoamérica. Es en este periodo en el que surge la  vanguardia, en donde el arte y la literatura entran en su fase de autoconciencia y en una etapa crítica, marcando una particularidad de esta, la ruptura y posibilitando la tradición de la ruptura. Es en este punto donde Vallejo se articula como figura importante en la denominada vanguardia regional o latinoamericana (junto con Huidobro, Neruda, Borges y Paz). En el autor de Trilce se percibe una nueva sensibilidad atenta a lo que significa en su momento la modernidad ligada al arte. Por ello, la poesía vallejiana como señala Huamán, “Cuestiona crítica y humanamente los principios con los que se ha erigido la modernidad cultural” (p. 196).


Por lo que queda decir de Literatura y Cultura. Una introducción de Miguel Ángel Huamán, este es un libro que como el mismo autor subraya en la Presentación al interior del texto, este “ha sido escrito pensando en los jóvenes de las universidades como parte de su formación profesional humanística y que pretende ofrecer un adecuado acceso al campo de una educación integral” (p. 17). Nosotros nos adherimos a esta idea y la celebramos. Este no es únicamente un libro de conceptualizaciones aisladas y que intentan oscurecer el ya complejo universo de la teoría literaria, sino un conjunto de reflexiones y planteamientos que ayudan de manera didáctica a acercar al lector universitario latinoamericano a iniciar el camino del estudio de la literatura y no perderse ni desilusionarse en el recorrido.

sábado, 7 de noviembre de 2015

UN ACERCAMIENTO A LA POÉTICA DE "E(R)GO" DE WILDER A. CAURURO SÁNCHEZ. UNA LECTURA SOBRE LO POSMODERNO, DIOS Y EL YO.

La poesía en Ancash, en las últimas décadas, ha traído interesantes propuestas que se materializan en voces como la de Ricardo Ayllón en Un poco de aire en una boca impura, Juan Carlos Lucano con su poemario La hora secuestrada, César Quispe con su libro Una piedra desplomada y Breve tratado de ternura del poeta Dante Lecca, solo por citar a los poetas contemporáneos más importantes. Este dato resulta importante; por un lado, se advierte que la mayoría de los poetas mencionados son chimbotanos y; por otro, se observa que en estas últimas décadas en Huaraz la poesía no ha alcanzado el impulso ni la madurez suficiente de la que era la obra de Marco Yauri y Rosa Cerna Guardia. Hay poetas en cuantía, pero no hay poesía y quizás solo el tiempo logre rescatar contadísimos nombres. Por ello, la escritura poética de Wilder Caururo Sánchez (Huaraz, 1976), con los altos y bajos, resulta importante en este género tan caro en esta ciudad. Después de la propuesta poética de Manuel Cerna en los años noventa, la poesía en Huaraz ha tenido en Caururo a una de las voces que se resiste al paso de las oleadas narrativas, al boom del plan lector y editorial en Huaraz.
Caururo Sánchez es docente en la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo, lugar donde estudió Lengua y Literatura, que dicho sea de paso en Huaraz; es una institución que ha forjado una joven pléyade de escritores. De otro lado, el autor huaracino obtuvo el Primer lugar en los Primeros Juegos Florales de la UNASAM en Poesía; ha sido, además, fundador y director del Círculo Literario Disidencia y Codirigió la revista de creación Kastillo de Umo. Nuestro poeta ha publicado el poemario Llevaba sombrero de copa (en coautoría, 2004), Botella (2011), Pájaro: escrito para no matar (2014) y ahora nos sorprende con un reciente libro, E(r)go (Esplín editores, Huaraz, 2015). Este nuevo poemario está conformado por siete poemas. Desde nuestra perspectiva, haremos una revisión de los aspectos temáticos que se abordan en dicha escritura y observaremos qué aspectos técnicos literarios se desprenden en este nuevo libro.
Hay tres grandes temas que aborda la poética de Caururo en E(r)go. El primero es la posmodernidad que se presenta como un instante angustioso; el segundo es la desacralización de la figura divina y su humanización y; el tercero, la deconstrucción del yo. Los paratextos como el título del libro (ergo y ego), los epígrafes (cita a Heidegger, Rilke, Apollinaire), que aparecen al interior del libro, y la sentencia en la contratapa, anuncian y confirman su temática.
El filósofo italiano Gianni Vattimo y el pensador francés Jean-François Lyotard coinciden en subrayar que la posmodernidad es un momento filosófico e histórico que indica la crisis y el fin del siglo XX. Este se caracteriza por la fragmentación del yo, el debilitamiento de la historicidad, que cuestiona a la historia oficial que aparece como catastrófica y en la que se erigió el Progreso, el Humanismo, la Cultura, la Religión etc., como categorías trascendentales para interpretar y normar la realidad. Sin duda, el hombre posmoderno reconstruye su historia en base a trozos, fragmentos, un collage de recuerdos provocados, pero es un recuerdo hedonista, caracterizado por el individualismo. He aquí la importancia de la posmodernidad y el énfasis en el locutor en primera persona (denominado como yo poético) en el poemario de Caururo a través de una tendencia exhortativa y desacralizadora.
En el poema que se abre a modo de epígrafe al inicio del libro se leen estos versos: “No han de quitarme esta sonrisa/ ni el estado de ultraje animal” (p. 2). En el poema “II” de E(r)go se lee: “Soy una desperfecta máquina de porquerías que destruir no podrás ni en tus más/ terribles sueños” (p. 5); en el poema “III”, la voz poética exige por medio del mandato o el imperativo transformar su cuerpo a través de estas expresiones: “Mátame”, “Moldea en mí”, “Extermina en mí”, “increpa mis huesos”, donde, por momentos, la figura de este hablante poético asume una voz y una postura femenina que busca que se haga en su cuerpo lo que la «otredad», a través de la violencia, desee. En el poema “Un niño juega a Dios…”, también se puede leer ese énfasis en la figura del yo poético en esta cita: “Y yo sentado en una esquina/ medito en tu excremento/ (si tan solo el hombre fuera más inmenso la vida sería natural)” (p. 9). En el poema “Canto”, se leen estos versos ilustrativos: “Amo los tacones altos de Dios/ construyo palacios/ espío a dios mientras se baña” (p. 10). Como se puede evidenciar, hay un énfasis particular en construir la figura del «yo poético» en relación al «tú oyente», a quien se le pide que actúe y rompa su pasividad y su estado acrítico. En la posmodernidad las relaciones con la “otredad”, tema importante en el libro por cierto, resultan conflictivas y angustiantes. En el poema “II” se leen estos versos que pueden resultar ilustrativos para entender este tópico: “Soy una desperfecta máquina de porquerías que destruir no podrás ni en tus más/ terribles sueños./ Asciendes. Telarañas extiendes de tu cuerpo que no logro sujetar./ Mi rey sin nombre./ Árbol deshojado, sin sombra, alargado. No te reconozco.” (p. 5).
El segundo tópico que desarrolla el poemario de Caururo es la desacralización de la figura divina y su humanización. En este sentido, la figura del yo poético en muchas ocasiones procura un lenguaje de prédica, pues asume una postura desacralizadora. En el texto de nuestro poeta se lee: “Despersígnate y asume tu orgasmo”, “abandonen vuestro estado de coleópteros mal avenidos”; en el poema “I” se lee: “No vuelvas a ser/ no te arrepientas”, “Armagedón no viene/ Armagedón no vendrá…”; en el poema “II” se lee: “Ponme bajo tu trono. No refluyas de mí. En inconsciencia, EL PECADO mismo nos/ une”; y en el poema “Tercera noche con dios” se lee “No es Dios quien los rescata/ No es Dios quien los castiga”, entre otros ejemplos. Como se evidencia, ese tono imperativo (o exhortativo, que también aparece muy marcado y a veces algo predictivo en este y en sus dos anteriores libros) tiene una visión desacralizadora a lo largo de todo el texto. Este asunto no es nuevo en poesía. Solo para tomar un ejemplo en la poesía moderna, en Baudelaire aparece este elemento. En la poesía latinoamericana; en Vallejo, Dios es el hombre, el que sufre, trabaja, come, suda y es un asalariado; en el Neruda de Crepusculario, por ejemplo, Dios es un perro y está en todas las cosas vanas y cotidianas perdiendo así su carácter sagrado y; en Benedetti, Dios aparece como una figura femenina y sensual en sus formas. Salvando las distancias, en la poesía de Caururo, Dios aparece como una mujer con tacones altos, como un niño o a veces ni aparece y se niega la posibilidad de su existencia en los actos carnales, en el amanecer, en el anochecer, en la historia de su resurrección y se forja un escepticismo; el poema “Tercera noche con Dios” puede resultar ilustrativo para esta referencia. Sin duda, el asunto religioso inunda este poemario, se deja notar a través de los deícticos y las iteraciones en torno a “pecado”, “sagrado”, “Dios”, Armagedón”, “Profanación”, “Credo”, “profeta”, “cruces”, “anticristo”, “celestial”, etc. De alguna manera en el poemario, la figura del yo siente una angustia, pues pese a utilizar un lenguaje exhortativo no conduce este a una respuesta, pues los oyentes permanecen estáticos y pasivos en el interior del libro, esto evidencia la angustiosa y tormentosa estructuración del yo y la construcción de su identidad. Esta reconstrucción desacralizadora, sin duda, obedece a una práctica neobarroca y posmoderna. En esta se imbrican modelos de discursos de predicas religiosas, citas latinas, disposición del espacio en blanco y la referencia a elementos de la literatura grecolatina; asimismo, el lenguaje neobarroco aprovecha arcaísmos, un lenguaje atiborrado de preciosismo y la utilización del modelo modernista en expresiones como “espejismo bursátil”, “pradera luz”, “afiebradas pensiles”, “arcadas lanzas”, “Danzas, arcadas”, etc.; el poema “Taedium” puede citarse como un ejemplo.
El tercer tema importante del libro es la deconstrucción del yo. Aquí quizás convenga examinar el libro desde una perspectiva intratextual, en el que se aborde el título del libro en relación a este tercer tópico. El título de este poemario, al igual que el de sus anteriores libros, intenta una nominación lúdica. Por un lado, alude a «ego» y; por otro, a «ergo». Ambas provienen de la terminología latina. Ego es el concepto de yo y es la instancia psíquica a través de la cual el individuo se reconoce como yo y es consciente de su propia identidad. El ego, por lo tanto, es el sitio de referencia de los fenómenos físicos y media entre la realidad del mundo exterior. En cambio, el ergo es una conjunción ilativa que equivale a “por tanto, luego o pues”; es decir, refiere a la situación, la razón o el motivo. Desde esta perspectiva el título alude al instante del yo, vale decir a la fugacidad del instante que evidencia la transitoriedad de la esencialidad del yo desde un tiempo posmoderno. Este elemento se torna angustioso, pues el yo se haya en un conflicto, en una escisión de su unidad, de su identidad, incluso de colectividad representada en la desacralización de la figura de Dios.
Otro elemento que quizás también debamos subrayar es respecto al lenguaje y al estilo del yo poético en la poesía del autor de E(r)go, pues en esta se manifiesta, como ya señalamos, una perspectiva conflictiva y angustiosa en la voz poética. Dicha perspectiva se percibe no solo en este nuevo poemario, sino también en el libro anterior, Pájaro: escrito para no matar (2014). Esta idea se sustenta en la predilección que tiene el autor por la disposición de las palabras en la página en blanco. Asimismo, merece atención especial la influencia de la literatura latina; particularmente Caururo la evidencia desde sus anteriores libros, con epígrafes, frases y otros préstamos lingüísticos. Todos estos elementos coadyuvan en hacer notar el uso de un lenguaje apelativo que busca una actitud pragmática en los alocutarios al interior del texto. El título del libro que juega con el ego y el ergo, asimismo, la frase de la contratapa (“Nisi credideritis, non permanebetis...” (Si no crees, no permanecerás), el título del poema “Taedium”, entre otros ejemplos, pueden ayudar a explicar la predilección del autor por esta lengua. Hay, sin duda, otras influencias diferentes respecto de lo comentado, pues esta poesía tiene deudas con la literatura grecolatina, la cultura medieval, la poesía satírica, además de la poesía de Octavio Paz, Charles Bukowski, Gonzalo Rojas y hasta de la música trova, entre otras son detectables en el autor de Botella.
Finalmente, para cerrar este acercamiento a la poética de E(r)go, quisiera subrayar que esta como propuesta continúa la ruta de sus anteriores textos. Es decir, sigue siendo fiel a su estilo. Pero, por la naturaleza del tema desacralizador, sobre todo en esta nueva entrega, se acerca a las fuentes de sus primeros versos publicados en revistas y plaquetas de poesía, incluso anteriores al poemario escrito a dos manos Llevaba sombrero de copa (2004). Desde mi lectura, observo que el tema de la crisis y la angustia de situarse en el instante y de consolidar su voz en la «otredad» sigue siendo todavía la columna vertebral de la poesía de Caururo. Quiero terminar este acercamiento a E(r)go, quizás con uno de los mejores versos del libro; se trata del poema “Taedium”:

Oh torres de espasmos
Constelas el hambre
Elástica sombra de infamia
Que prefiere no entender lo que asimila
Plástica excelencia de la verdad que admiras
Terreno baldío
Sofisma cruel
¿Hasta cuándo más de ti


              Mirada y hastío?

"CHELITA, LA CANGREJITA", UNA NOVELA INFANTIL SOBRE EL VALOR DE LA AUTODETERMINACIÓN

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