
Las últimas promociones de poetas en Áncash han demostrado un contundente manejo y dominio de la palabra que se materializan en propuestas como la de Manuel Cerna en Poemas perdidos, Ricardo Ayllón en Un poco de aire en una boca impura, Juan Carlos Lucano con su poemario La hora secuestrada, César Quispe con su libro Una piedra desplomada, Wilder Caururo Sánchez con Pájaro. Escrito para no matar, Dante Lecca con Breve tratado de ternura, Denisse Vega Farfán con El primer asombro y Antonio Sarmiento con su obra La colina interior, entre los más importantes. Este dato resulta significativo; por un lado, se advierte que los poetas provienen de Chimbote y Huaraz y; por otro, se observa que existe una creciente continuidad escritural en Áncash forjada por escritores que han sabido llevar en alto el peso de autores mayores como Carlos Eduardo Zavaleta, Óscar Colchado, Marcos Yauri, Juan Ojeda, Julio Ortega, Rosa Cerna Guardia, Macedonio Villafán, entre otros.
Recientemente acaba
de publicarse La colina interior (Ediciones
Copé, Lima, 2016), poemario de Antonio Sarmiento Anticona (Chimbote, 1966),
quien resultó ser el ganador del Premio Copé de Oro de la XVII Bienal de Poesía
“Premio Copé 2015”, quien además pertenece a esas últimas promociones de poetas
en Áncash que demuestran un innegable dominio y manejo de la palabra como ya
hemos mencionado.
El libro del autor
porteño está dividido en dos partes precedidas por un poema del mismo autor que
se anticipa como un epígrafe. Se trata del poema “Ofertorio”, donde a partir de
una poética intertextual, que sostiene la figura del arqueólogo del siglo XIX,
el francés Jean-Baptiste Le Chevalier, que indagó en excavaciones buscando la
Troya cantada por Homero, se busca liar una memoria histórica. De esta manera,
en este ofertorio, la voz poética busca consagrar a aquello que ha permanecido
bajo tierra o bajo la memoria: “Esta historia empezó/ cuando los hombres de la
misión/ excavando en roca mineral/ al este de la colina desenterraron/ una
sombra del tamaño de un fardo pequeño” (p. 11).
Desde mi punto de
vista, la poética de Sarmiento se estructura a partir de tres constantes
marcadas y diferenciadas que son el espinazo del gran pez que es su poesía.
La primera constante se refiere a la naturaleza que se
resemantiza con el pasado. De este modo, en el poemario se desenvuelven tres
elementos simbólicos que excitan la memoria en base a representaciones e
interrelaciones: la figura simbólica de la arena, la figura simbólica del mar y
la figura simbólica de la colina. Para José María Albert de Paco (2003), la
arena “representa la multitud. En virtud de su naturaleza maleable y de la
sensación que experimentamos al tender o caminar sobre ella, la arena, evoca,
asimismo, el regreso del hombre al útero materno” (p. 150). La arena, entonces,
es un elemento importante en el poemario, aparece como un velo que lo cubre y
lo oculta todo en sus múltiples formas como barro, tierra, polvo o arena. Los
siguientes versos del libro pueden resultar ilustrativos: “Porque eres polvo y
origen/ azogue y cristal/ leve substancia y madera/ con que están hechos los
marmóreos sueños/ útero y matriz” (p. 25). El otro elemento es el mar. Para
Juan Eduardo Cirlot (1992), “el mar simboliza la inmensidad misteriosa de la
que todo surge y a la que todo torna” (p.45). La literatura se ha referido a éste
de múltiples formas que parecen coincidir. Dos ejemplos bastan: “Coplas por la
muerte de su padre” de Jorge Manrique y El
cementerio marino de Paul Valéry. En La
colina interior de Sarmiento, también el mar tiene esa representación, muy
ligada al elemento tanático y sus múltiples formas como el olvido. En el
poemario, volver a la figura del mar es como retornar a la madre, al origen de
todo, que es también el morir, ya que el recuerdo se encuentra en el pasado con
la abuela, papá, mamá, los pescadores y los amores. Esos personajes solo se
ubican en la memoria de la voz poética que a la usanza rulfiana aparecen y
desaparecen. Estos versos que aparecen en el libro pueden resultar
ilustrativos: “Y el reino se desplazó con las olas/ en un vaivén eterno hacia
su refugio el mar” (p. 45). Otro elemento que aparece es la figura de la
colina, que en el texto tiene un doble sentido. Por un lado, desde una
perspectiva topográfica, la colina es una elevación natural de terreno, que en el
poemario hace alusión a colinas alojadas en la costa y que ocultan una historia
trágica (huacas destruidas por el tiempo y el terremoto de mayo del 70) al
igual que la colina de Hissarlik (que antiguamente se creía ocultaba la
historia de la Troya de Homero). Por otro lado, la colina “interior”, desde una
perspectiva simbólica, representa las formas que ocultan un mundo interno en
caos y que se visualiza a través de la memoria individual del yo, que a su vez
activa las prácticas culturales de la memoria colectiva. De esta manera la
colina no solo es un montículo de tierra que cubre un espacio, en este caso
cubre una historia y objetos de personajes que yacen en escombros, enterrados
en el tiempo pero que son descubierto por la memoria y el inconsciente a través
de la figura del arqueólogo Le Chevalier que se anticipa como un alter ego de
la voz poética. En el poema “Una partida en las rocas” se pueden leer estos
versos: “Alrededor de la colina corría el viento ronco/ y macizo, había
sedimentos de moluscos/ algunas vasijas rajadas, utensilios hundidos en la
arena/ agarrándose de las últimas raíces la memoria/ una lámpara de miel,
sílabas rotas” (p. 50).
La segunda constante lo conforman las figuras del discurso
que activan la memoria. Por un lado está Le Chevalier (un arqueólogo francés
del siglo XIX), que como ya hemos explicado se anticipa como un alter ego de la
voz poética. Le Chevalier indaga en las excavaciones buscando la Troya cantada
por Homero en Hissarlik, que también es el nombre de la llanura donde se inicia
la travesía para buscar la ciudad mitificada por el autor griego. Pero en el
poemario de Sarmiento, Le Chevalier no solo aparece en Hissarlik sino en La
Florida, una barriada de Chimbote, situada muy cerca al mar y afectada por el
terremoto de mayo del 70. De esta manera, hay un paralelo entre Hissarlik y La
Florida; la primera, oculta enterrada la historia de Troya (la cultura
occidental, de élite, de reyes y poder) y, la segunda, el arenal y la humedad
del mar ocultan los rastros del desastre del terremoto (la cultura americana,
sector marginal, humildes pescadores y objetos cotidianos). Veamos esos paralelismos
en este personaje. En el poema “Ofertorio”, por ejemplo, se lee: “Le Chevalier
solo se interesó/ por la única canilla real, nítida, que/ extrajeron de un
filón de plata viva/ refulgiendo entre tanta evanescencia” (p. 12). En otro
poema como “Tierra baja/ tierra alta de La Florida”, leemos: “Encontraron al
este de la colina/ indicios de una civilización superior según/ lo comprueba la
avanzada textilería/ de la cámara mortuoria de la reina abuela” (p. 17).
Asimismo, están las figuras representadas que activan la memoria cultural del
espacio simbólico del litoral. En el poemario, aparecen diversos personajes que
terminan por darnos una imagen de La Florida. Éstos aparecen metaforizados a
través de la arqueología como es el caso de la abuela; la figura femenina
aparece muy ligada al ámbito sexual unida al mar; los pescadores aparecen en
sus faenas cotidianas y el yo poético en sus experiencias parece ser el testigo
de un mundo feliz, ahora utópico en su memoria. El poema “De cuando el mito
dejó de serlo”, puede resultar didáctico: “yo vivía cerca del mar, había una/
pequeña caleta de hombres rudos y sacros/ con una estatua en las redes, de cuando/
el mito se erguía en su única calle” (p. 57). En otra parte del libro se leen
estos versos en prosa: “En el terremoto del setenta/ yo aún deletreaba mazurcas
en brazos de una/ madre/ áurea y extensa como los oscuros pajonales serranos/
hoy al reverdecer mis años voy sintiendo más fuerte su remezón” (p. 25).
Estos tópicos, evidentemente, buscan vincular al hombre moderno a una
idea no reducible a su transitar en su rutinariedad, sino descubrir lo
fundamental en esa existencia: su fuerza para batallar, o si se quiere,
sobrevivir su cotidianidad y su memoria, lo cual puede llegar a tener una carga
mítica personal. Al respecto, Mircea
Eliade (1961) plantea que “en el nivel de la experiencia individual el mito
nunca ha desaparecido completamente: se hace sentir en los sueños, las
fantasías y las nostalgias del hombre moderno” (p. 24). De esta manera, se
puede entender que para Sarmiento no haya mayores diferencias entre Hissarlik y
La Florida, ya que cada personaje que aparece bajo la colina, bajo los
escombros, bajo el olvido también posea una carga mítica. Ahí están la figura
de la abuela matriarcal, los pescadores como antiguos viajeros troyanos, el
ermitaño como un hombre iluminado y extraño para los demás, etc. Por ello no es
gratuita la relación que hace Sarmiento. Él percibe un aura mítica, donde
héroes marginales con historias degradadas posibilitan el nacimiento de un
nuevo esquema: el mito del hombre moderno que se resuelve en universo
avasallante y deshumanizador.
Y finalmente, la tercera constante es la poética de
la interdiscursividad e intertextualidad. En la poesía de La colina interior se produce un continuo diálogo en dos
modalidades: a nivel discursivo y a nivel textual. La interdiscursividad se da
través del diálogo de la literatura con otros discursos como la Arqueología y
la Historia. La arqueología aparece en las referencias que se hace sobre Le
Chevalier (y sus excavaciones buscando la Troya
de Homero) y algunos restos arqueológicos de algunas culturas antiguas
escondidas bajo la arena en La Florida; mientras que la parte histórica
describe con profundo pesar la historia de La Florida y el funesto mes de mayo
del terremoto de 1970. Asimismo, la intertextualidad se da a través del diálogo
creativo de la poesía de Sarmiento con la poética de otros autores como Rulfo (a
través de la prosa y la poesía se describe un universo asolado por el
terremoto, pero éste recobra vida por medio de la memoria que vive su propia
odisea buscando su identidad y su gente).
Desde nuestra
perspectiva, Marcos Yauri con Tiempo de
rosas y de sonrisas… y Antonio Sarmiento en La colina interior; son los dos autores que han penetrado en el
dolor y la memoria del terremoto de mayo del 70. El primero hurga desde la narrativa
en una crónica del dolor y el espanto que produjo el desastre en la zona andina;
mientras que el segundo, en poesía, en la zona costera, reconstruye una ciudad
en torno a imágenes del pasado y la infancia que han sido afectadas por el
fenómeno telúrico y que la memoria reactualiza y consagra.
Sin duda, La colina interior de Antonio Sarmiento
es un libro valioso dentro de las poéticas últimas en nuestro país. El libro
confirma a su autor en el tortuoso camino de la literatura, donde sin duda
habrá que subir muchas colinas para develar el verdadero cordón umbilical que
nos nutre, la tierra y la poesía hecho mar.
Referencias
bibliográficas
Albert de Paco, José María. (2003). Diccionario de símbolos. Barcelona:
Editorial Óptima.
Cirlot, Juan Eduardo. (1992). Diccionario de símbolos. Barcelona:
Editorial Labor.
Eliade, Mircea. (1961). Mitos, sueños y misterios. Buenos Aires: Fabril Editora.
Sarmiento, Antonio. (2016). La colina interior. Lima: Ediciones Copé.