La
referencia resulta adecuada, pues en la obra se evidencia la relevancia del
aspecto sensorial y de la captación de la experiencia sensible, particularmente
la dolorosa, como medio para transformar el duelo por la pérdida del padre en
una experiencia artística. En este sentido, la poesía aparece como el lenguaje
más capaz de aprehender esos momentos de profunda emotividad. Sin embargo, para
Rilke los versos no son meras expresiones de sentimiento, sino la traducción de
experiencias mismas. De tal manera, el poeta convierte tales vivencias en
palabras, a través de lo visual, lo sonoro, el ritmo, los silencios y los
universos semánticos de la emoción.
El
poemario se abre con una dedicatoria al padre de la autora, el escritor Óscar
Colchado Lucio. En dicho paratexto se advierte la dimensión semántica de la
obra mediante conceptos como “sinfonía” y “luminosidad”, los cuales remiten a
la idea de vida, dado que escuchar una sinfonía y percibir la luz son actos
propios de la experiencia vital, sensible. Ambos términos, vinculados a la
figura paterna y resemantizados a lo largo del poemario y de los dibujos que
acompañan al libro, pueden entenderse como metáforas de la presencia ante la
ausencia del padre. Es así que la sinfonía se asocia con la palabra (voz) del
padre; mientras que la luminosidad, con su imagen, ahora preservada en la
memoria (huella). Aquello que se evoca del ser amado es, precisamente, su voz y
su mirada. Esta dedicatoria introduce a un interlocutor ficcionalizado (padre),
aquel a quien la voz poética se dirige y en torno al cual se organiza el libro.
Sin duda uno de los mayores homenajes que un escritor puede rendir a otro es su
ficcionalización dentro de su obra, y en este caso se une al tributo el afecto
y el recuerdo filial.
El
texto poético de Patricia Colchado se inscribe en una tradición literaria que
ha inmortalizado la figura del padre ausente. Ejemplos notables son “Coplas por
la muerte de su padre” de Jorge Manrique, “Funeral Blues” de W. H. Auden, El
padre de Sharon Olds, “Elegía a mi padre” de Mark Strand y “Los pasos
lejanos” de César Vallejo, entre muchos otros.
El
hilo conductor de los catorce poemas es la conversión del sentimiento en
experiencia estética. Los sentimientos, entendidos como entidades abstractas,
son traducidos por el arte como representaciones simbólicas en las que cada
lector puede proyectar su propia vivencia. Desde una perspectiva lingüística
estructural, el lenguaje no conecta directamente con la realidad, sino con
significantes que apenas rozan la experiencia sensible. De esta manera, la
muerte, por ejemplo, no puede definirse desde una única abstracción, ya que
cada individuo la experimenta de modo singular. No obstante, es posible
representar ese fenómeno emotivo a través de las palabras y de múltiples
significantes. De este modo, el arte propone un discurso abierto que permite al
receptor reconocerse en él: en un poema, una canción, una pintura o una danza.
Bajo
esta línea estética se inscribe la poética de Patricia Colchado, quien conjuga
la humanidad del ser tras la pérdida con un diálogo cultural amplio. Su poesía
no solo desarrolla una estructura dialógica con la figura paterna, sino que
también entabla una conversación con las raíces identitarias, la música, la
cosmovisión, la religiosidad, las costumbres y la memoria colectiva.
El
poemario no se limita a la dedicatoria al padre, sino que honra la dimensión
humana y cultural que este representa. En el “Poema I”, por ejemplo, se expresa
el deseo de permanencia en el vínculo filial: “No quiero desligarme del cordón
que nos une,/ quiero permanecer dentro de ti/ y seguir nutriéndome de tu
placenta paterna” (p. 13). En otros textos, las referencias a la música y la
danza andinas evocan la presencia cultural de los Andes: “Llegan más personas a
despedirte,/ unos músicos y danzantes con máscaras se te acercan/ y hacen de
esta ceremonia fúnebre una fiesta andina” (p. 29). El “Poema X” incorpora la
cosmovisión y religiosidad andinas mediante el ritual del lavado de ropa y la
preparación de alimentos para el alma del difunto: “Hoy día lavaremos tus
ropas,/ prepararemos tu comida preferida” (p. 31); y más adelante: “«Debemos
salir. Su alma vendrá a regocijarse,/ a despedirse», explica alguien” (ibid.).
El
peso de la memoria, tanto cultural como personal, constituye otro eje del
libro. La memoria cultural heredada y la comunicativa se actualizan en la
reconstrucción simbólica del padre. Así se expresa en el “Poema XI”: “Llevo en
mi vientre tu voz,/ el idioma que de ti heredé/ y que mis extensiones han
aprendido” (p. 35), donde la voz del padre se perpetúa en la memoria. Asimismo,
en el “Poema XIII” se proyecta la continuidad espiritual a través de la
naturaleza: “«Cuando ya no habitemos más este mundo,/ seremos pájaros, árboles/
o lo que deseemos ser», nos decías” (p. 43).
Astro
de luz sinfónica constituye una obra profundamente conmovedora. Más allá del
dolor y del duelo, se eleva la luz de la memoria y la sinfonía de la vida
celebrada en el recuerdo. Igualmente, los hijos se convierten en melodías que
conforman una sinfonía mayor. En este sentido, la lectura del poemario admite
múltiples perspectivas, sin perder de vista la sensibilidad artística de su
autora, presente también en la música, el dibujo y la danza. Los poemas,
organizados desde el retorno de la voz poética en busca del padre hasta el
ritual post mortem y el reencuentro simbólico en la “otra patria”, se
complementan con los dibujos de la autora, que ofrecen un discurso visual
igualmente interpretable. En ambos registros predomina un tono elegíaco, pero no
sentimental, pues la obra convierte la experiencia individual en una
realización artística de notable madurez estética.
