
Juan Carlos Lucano (Chimbote, 1975) es licenciado en Lengua y Literatura
por la Universidad Nacional del Santa y realizó una Maestría en Educación en la
Universidad César Vallejo. Asimismo, ha colaborado con artículos y comentarios
literarios en el diario La Industria
de Chimbote, cuyos textos seleccionados conforman La intimidad de la invención (2011); libro de crítica literaria
sobre autores locales, nacionales y extranjeros. Fue, además, miembro fundador
del grupo de literatura Brisas y
participó en las publicaciones colectivas Tres
sangres, un sentimiento (1998) y Voces
del silencio (1999). Ha publicado las plaquettes Deseres (2002) e Instintoz
(2004) y los poemarios Rosas negras
(2005) y La hora secuestrada (2006).

Hay tres grandes tópicos que comprende la poética de Juan Carlos Lucano
en este libro. El primero es el viaje al reino interior de las percepciones a
partir de la deconstrucción del yo; el segundo, es la visión crítica sobre el
espacio simbólico donde mora la humanidad a través de una postura de
insatisfacción con el universo exterior del sujeto poético (Ligado a la
posmodernidad que se presenta como un instante angustioso y crítico) y; el
tercero, la desacralización de la figura divina como dadora de armonía.
El primer tema que desarrolla Lucano en este libro es el viaje al reino
interior de las percepciones a partir de la deconstrucción del yo. Este accionar
se torna angustioso, pues el yo se haya en un conflicto, en una escisión de su
unidad, de su identidad, incluso de su colectividad representada en conceptos
de “hermano”, “padre”, “hijo” y “mujer” a lo largo de las páginas del texto. De
esta manera hay un énfasis particular en la figura del yo poético en el libro,
pues este percibe la realidad exterior y la interioriza en un diálogo reflexivo
con su otredad a partir de un tono exhortativo. Por ejemplo en el poema “La danza
del tambor” se lee: “En esta que ahora/ Es la casa de mi hijo/ Yo te digo/ Ni
siquiera te aproximes/ Ni te engañes/ Cuando escuches/ Una voz de mujer/ Que
viaja como fuga de tambor/ Desde el cuero profundo/ Para hacerte bailar/ Sobre
el sacrificio/ De tu hermano…”; en otro poema como “El viejo aire” se leen
estos versos: “Hay una sospecha en el aire que nadie huele/ Y que nadie quiere/
Y que solo el que expone la mano/ Y el lomo cansado teme/ Esta es la
incertidumbre/ De los que en la puerta del barranco no resisten/ El aire
usado…”. Como se puede observar, esta escritura busca un diálogo reflexivo y
exhortativo que también se evidencia en “La desconfianza”, donde se lee: “Dime
única razón/ Dime único mortal/ Si aún te queda un poco de vergüenza/ Hasta
cuándo atizarás la llama en el bosque/ Y la fe será un agravio en las comisuras
que llenan el vientre/ ¿Será acaso que lo único que esperas…/ Sea borrar cada
instante que nos queda?”. Este diálogo; por un lado, obedece una visión crítica
de la realidad, del entorno, del cosmos que rodea al yo poético y; por otro, a
la interioridad del yo, un cuestionamiento de sí mismo. El poema “La voz” puede
resultar ilustrativo para referirnos sobre el cuestionamiento y la
incertidumbre del proceso de individuación del yo: “¿Quién nos regaló este
cuerpo?/ Truenan unos labios/ Acaso fuiste tú Señor/ O la loca idea que se
precipita de la hermana lluvia/ Hay una sola voz que no se escucha/ Y esa es tu
voz Señor”.
El segundo tópico del libro es la visión crítica sobre el espacio
simbólico donde mora la humanidad a través de una postura de insatisfacción con
el universo exterior del sujeto poético (ligado a la posmodernidad y que se
presenta como un instante angustioso y crítico). En la poesía de las últimas
décadas se puede rastrear algunos tópicos de lo posmoderno. Respecto a esta el
filósofo italiano Gianni Vattimo y el pensador francés Jean-François Lyotard
coinciden en subrayar que este es un momento filosófico e histórico que indica
la crisis y el fin de los ideales del siglo anterior. Este se caracteriza por
la fragmentación del yo, el debilitamiento de la historicidad que cuestiona a
la historia oficial que aparece como catastrófica y en la que se erigieron
conceptos como progreso, humanismo, cultura, religión etc., como categorías
trascendentales para interpretar y normar la realidad. Sin duda, el hombre
posmoderno reconstruye su historia en base a trozos, fragmentos, una
perturbación de los recuerdos que condesan una atmósfera hedonista
caracterizado por el individualismo y la angustia. En el poemario tienen un
valor simbólico conceptos como “Casa”, “Ciudad” y “Tierra”, pues estos se
presentan como deícticos que subrayan el lugar donde mora la humanidad
posmoderna. Verbigracia, en el poema “La danza del tambor” se leen estos versos:
Solo/ Bailando las angustias/ Que lo hacen sentirse/ Falso renacido/ En esta
que ahora/ Es la casa de mi hijo/ Yo te digo/ Ni siquiera te aproximes…”; en
otro poema como “último viaje” se lee: “mi suerte y dolor un cristo
crucificado/ nuestra casa un madero clavado…”. Un poema que puede resultar
ilustrativo para referirnos sobre el lugar simbólico que se otorga a la ciudad
es “El viejo aire”, donde se leen estos versos: “El aire usado/ La ciudad ya no
es la misma/ Solo un espeso viento toca las cuerdas/ De un cuerpo que en la
ventana de la mañana/ Le dice adiós a los días/ Quién no ha sido arrastrado por
el hartazgo empedrado”; en otro poema como “Hedónicos” se subraya: “la ciudad
ahora los advierte/ desde los ojos de la acera/ el olor de féminas/ y faunos
acompañan/ por la esquina la caricia derramada”. El valor simbólico que pone
énfasis en el concepto de “tierra” quizás merezca una atención especial, pues
esta se repite en muchos poemas. Por ejemplo, en el poema “La desconfianza” se
lee: Hasta cuándo he de pelearnos con los frutos de la tierra/ Dime única
razón/ Dime único mortal/ Si aún te queda un poco de vergüenza...”; en otro
poema como “La fe cansada” se leen estos versos: “Este es el cansancio de una
cruz blasfemada/ Que de rodillas nos conduce a la tierra/ Como cuando un tronco
seco renuncia a su gallardía y/ Se tropieza con el suelo…”; en este otro poema
como “La hora” se enfatiza: “Me he derramado en aquel vetusto sillón/ Y le he
pedido al centro de la vieja tierra que me levante con su peso/ A esta hora
ingrata no tengo un camino…”, entre otros ejemplos. En este apartado, como
observamos, tanto casa, ciudad y tierra encierran un valor simbólico, pues este
es el espacio donde mora la humanidad, ese es el reino donde gobierna la
desolación en un tiempo posmoderno.
El tercer tópico que observamos en este libro es la desacralización de
la figura divina, del tiempo y del espacio referencial. Esta reconstrucción
desacralizadora, sin duda, obedece a una práctica neobarroca y posmoderna. En
esta se imbrican personajes míticos, elementos arquetípicos de los discursos bíblicos,
pero al mismo tiempo sujetos ligados a lo posmoderno y a la ciudad. Este
elemento se torna angustioso, pues el yo se haya en un conflicto, en una escisión
de su unidad, de su identidad, incluso de colectividad representada en la
desacralización de la figura de Dios. He aquí la importancia de la
posmodernidad y el énfasis en el sujeto poético en el poemario de Lucano a
través de una tendencia ligada al tono exhortativo y a la desacralización de
las figuras divinas, del tiempo y del espacio. Estos versos del poema “La fe
cansada” pueden resultar ilustrativos: “Este no es el camino de un Dios
prometido/ Sino la angustia más infinita/ Que nos saca la lengua cuando le
damos la espalda/ Ay del hombre heredado y la tierra soñada/ Que se levanta
todos los días recordándole/ La esperanza de una nueva boca/ Que no ha tragado
siquiera una miga…”; en otro poema como “El hoyo” se leen estos versos: “quién
no ha embarcado sus cuencas en las/ ventanas de dios/ y se ha visto
crucificado/ quién torturándose con pesadillas no ha/ parafraseado
padrenuestros…”;entre otros ejemplos. Este asunto no es nuevo en poesía. Solo
para tomar un ejemplo en la poesía moderna, en Baudelaire aparece este
elemento. En la poesía latinoamericana; en Vallejo, Dios es el hombre, el que
sufre, trabaja, come, suda y es un asalariado; en el Neruda de Crepusculario, por ejemplo, Dios es un
perro y está en todas las cosas vanas y cotidianas perdiendo así su carácter
sagrado y; en Benedetti, Dios aparece en su posibilidad de figura femenina y
sensual en sus formas. Como ya lo advertimos, esta también aparece en la poesía
de Lucano; sin embargo, lo que particulariza la postura de Lucano es una visión
desolada y pesimista. Una carencia de confianza en los ideales de la figura de
Dios y de la religión donde lo único salvable es la fe que conduce, en este
reino de la desolación, a la terca esperanza de la humanidad.
La poética de Lucano en El reino
de las desolaciones se construye a partir de una estética postvanguardista que
tiene sus fuentes en la segunda mitad del siglo XX y que redefine los aportes
del surrealismo. En el libro el territorio de la desesperanza, en el que la
sensación de hundimiento o el vacío provocado por la angustia, el dolor o la
tristeza honda, se manifiesta a través de imágenes duras y pesimistas. De este
modo, la desolación gobierna sobre el elemento simbólico del espacio donde habita
la humanidad. Sin duda este libro confirma a un autor de valía para nuestras
letras.
Alejandro G. Mautino
Guillén
Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo