jueves, 19 de noviembre de 2009

La contemplación y la palabra: Un poco de aire en una boca impura

Por: Axthedmio Mau Guil

Hugo Friedrich señalaba que la poesía moderna se caracteriza por su agresivo dramatismo. Pues éste impera en relación entre los temas y motivos, y que en modo alguno, son contrapuestos entre ellos, como también un estilo inquieto el cual plantea. Esta correspondencia de dislocamientos va tratar de romper cuanto sea posible la correspondencia entre los signos y lo designado. No obstante, éste dramatismo determinará también la relación entre el poema y el lector, provocando un encuentro cuya víctima es este último.

Creemos por ello que Un poco de aire en una boca impura, libro conformado por poemas en prosa y en verso, se circunscribe a esta poética moderna. Asimismo, creemos que dicho libro se enfrenta al duro trabajo de batallar con la palabra misma (hay varios poemas que tienen como eje a la “palabra misma”, ésta palabra tiene que salir, aunque sea, de unos labios impuros). De otro modo, Un poco de aire en una boca impura acentúa un agudo dramatismo entre la tensión de surrealizar dentro de la página en blanco la palabra exacta, perfecta e inquieta. Este mismo dramatismo también coincide con el dramatismo temático, por los dislocamientos del discurso poético y la des-estabilidad dentro de un espacio en el “yo” poético. Dicho en otro términos, el dramatismo de Un poco de aire en una boca impura no opera con los temas o los motivos únicamente, sino que hay una dramatismo especial del “yo” poético por crear la palabra perfecta dentro de un mundo impuro (¿será reiterar que este mundo engloba un mundo mítico surrealista, un mundo paisajista surrealista, un mundo cotidiano surrealista?) En momentos, la técnica surrealista sirve para colocar imágenes modernistas. Cuando por ejemplo se pinta a la naturaleza, que no es otra cosa que el fluir libre del consciente del “yo” poético. En otros en cambio, éste surrealismo se mezcla con un tipo de escritura coloquial, que se acerca a los de la beat generation.
Señalo que la “poética” de Ayllón no proviene de un surrealismo puro, ni mucho menos de un coloquialismo, sino que yace entre las coordenas que entre estas se crea.

Octavio Paz, al referirse sobre el surrealismo puntualizaba que éste “se proclama como una actividad destructora que quiere hacer tabla rasa con los valores de la civilización racionalista y cristiana” De tal modo que ésta va aspirar a transformar la realidad, y obligarla, en modo alguno o de otros modos, a ser ella misma. Un poco de aire en una boca impura por ejemplo intenta destruirlo todo, para volver a construirlo.
Destruye su pasado para construir su situación, su estado de salvación en el “ahora”. Vuelve a través del pasado mítico como reactualización de su presente (léase En la bahía). Se vuelve un mal dios que no puede ni siquiera restituir su palabra misma, lo cual confirma el dramatismo de la búsqueda de la identidad (Véase Crónica del guardián del piélago). El “yo” poético es sin la “palabra” (entiéndase como lenguaje): un mal dios. Sin la “palabra” sucumbe al clima conmemorativo del pasado restaurado para poder salir de ello.
He seguido de cerca la poesía de Ricardo Ayllón, y quienes lo hemos leído, creemos que éste es un libro maduro. Porque en éste libro hay esta búsqueda de “qué hacer frente a la palabra”, “qué se ha hecho” y “qué hay que hacer”. No en vano el libro se inicia con un epígrafe del poeta Octavio Paz; donde se buscar oxigenar, dar vida a la palabra: nitidez, claridad, sonido y equilibrio: “déjame sobre ésta roca parecida al silencio. Y tú, viento que soplas del Pasado, sopla con fuerza, dispersa estas pocas sílabas y hazlas aire y transparencia. ¡Ser al fin una Palabra, un poco de aire en una boca pura…” Luego de la epígrafe viene un poema de anunciación “cuando hace falta verdad” poema subvertido en un aura surrealista; donde la carencia del deseo original subvierte al “yo” poético en una opresión y luego, en un silencio: “Mejor sería tomar el camino del agua/ Sumergirme en el humo callado/ De una boca cerrada”. Para luego meditar sobre su situación de creador. El naufragio aquí opera como la imposibilidad de llegar a la palabra perfecta (perderse en su vastedad: en su mar y su cielo), el dramatismo corrobora aquí la carencia y la orfandad del equilibrio: “preferible es subirse a la barca/ de una palabra infinita”. Para luego reflejarse en el espejo de esta poca luz en orfandad y carencia. “La verdad”, no es otra cosa, que la misma situación en la que parece y perece estar el “yo” poético en aquel espacio con poca luz: “amar la luciérnaga herida de una palabra”. Para finalmente sucumbir ante la situación certera: “acudid sin miedo a la muerte”.

Le prosiguen cuatro secciones al poemario. El primero, denominado EN LA BAHÍA, donde se lee un poema en prosa dividido en cuatro secciones “La bahía”. Dicho poema se quiebra en la contemplación mítica surrealista del pasado a través del presente, o debemos decir del retorno del “yo” poético al lugar mítico. Los personajes míticos que se mencionan no son seres de la antigüedad, en realidad, podrían ser cualquier ser humano alojado en la “Bahía”. Es decir; los personajes y el espacio no son sino telón de fondo para novelar el dramatismo lírico del yo poético a su retorno a su Ítaca que puede ver después de tiempo (los amigos, las cuitas por la bahía, los goznes, los goces cotidianos, etc.). De este modo, el mito se articula reconociendo en cada acto cotidiano una participación en los grandes ciclos de la vida, que no son más que la repetición de los ciclos modelos narrados por la mitología. El hombre se siente participar de la gran eternidad mítica y busca liberarse de la transitoriedad a través de la mitología desde las más primitivas hasta las más modernas (por ejemplo también pueden leerse los poemas de Kavafis “Ítaca”, “Orofernes”, etc., o, algunos cuentos de Borges que retornan a la tradición mítica).
Octavio Paz mencionaba que “el remedio contra el cambio y la extinción, es la recurrencia: el pasado es un tiempo que reaparece y que nos espera al fin de cada ciclo”. En tal sentido, el hombre hace un flash back de su proceso dentro de la historia personal o social, una necesidad histórica de grandes cambios, es volver al pasado o al mito para sujetarse a algo o alguien. Una confrontación de tiempos y espacios de modo cíclico. La búsqueda o idea de la celebración del pasado presupone una nueva visión, la de modelar el futuro a través del pasado: “asido de los labios del tiempo, convertido en la acida espuma de la fatiga, en la fría baba del mar” nos dice Ayllón.
A esta sección le continúa INSTRUCCIONES PARA TU DELIRIO. Como lo señala el título de la sección, éstas están dedicadas a alguien (o todas, por lo general se alude a mujeres). Aquí recordamos lo que una vez más señala Paz: “el surrealismo opone los fantasmas del deseo, dispuestos siempre a encarnar en un rostro de mujer”.
Estos fantasmas del deseo, muchas veces en ésta sección aluden a una poética del exceso, a una necesidad de durar con la palabra, es decir, construir la figura del “otro” a través de la palabra. Por ejemplo, en el poema “para que me llames de una sola forma”: “Es que basta una palabra para conseguir que mi nombre halle el/ rumbo de tu sombra…” O en otros (por no decir de todos los de ésta sección) obedecen a una direccionalidad del locutor: “Cubre una alberca de azucenas en lo alto de un cementerio…” “Ve, camina de puntillas a través del rumor de la ciudad…” “elige aquellas hojas que te servirán de estrellas…” “acercarás el tacto del convencimiento a la dulce baba de tu dimensión mamífera…” Como podemos leer hay una gran necesidad del “yo” poético para que se le escuchen las instrucciones que intenta dar desde el confín del enamoramiento en “para que me llames de una sola forma”, pasando por la disolución del pensamiento subjetivo en “Cuando quieras un jardín en el mar”: “No te aflijas acaba con lo irracional. Permite que los seres de tu/ pequeño paraíso elijan su especie”. Hasta llegar a la comunión de los cuerpos en “Como una barca lubricada en la tormenta” donde el acto sexual se nos plantea como un ritual, como una ceremonia donde el tacto y la dimensión de la lascivia no tienen límites lúdicos, sino violentos. Ambos amantes naufragan en la lascivia hasta romper en gritos: “permitirás que horade la voz de tu respiro”. Para luego, quemarse en el fuego de las carnes: “en pleno grito destilando tu fiebre y tu fatiga”. Y posiblemente, llegar hasta el orgasmo soñado: “anunciando el chorro de mi cabalgata detenida”.
En la sección EL GUARDIAN DEL PIÉLAGO sintetiza la correspondencia entre el poema en verso y el poema en prosa. Es decir, la sección se compone de este modo: a un poema en verso le continúa un poema en prosa, que vendría u operarìa como una síntesis irreductible de la posibilidad de la palabra y de su subversión (digo subversión y digo surrealismo: multiplicidad de imágenes y temas que se articulan como un telón de fondo del gran tema: el espacio mítico marino). Los poemas presentados en ésta sección se constituyen como metáforas desplegadas para cubrir el paisaje marino que es, en última instancia, el paisaje interior del “yo” poético. Este dador y cuidador de las especies poéticas, por ejemplo, en “Crónica nominal” se subvierte en esta imposibilidad de domar su condición y en el estado de carencia y orfandad en la que se encuentra dicho guardián; se convierte así en el carcelero de su propia angustia: “Ahora habito una isla/ que un día fue ausencia,/ una porción de su universo humedecido,/ un templo que olerá a exudación”. El gran guardián, muchas veces, termina en medio de la soledad como un dios. Ante tanto qué cuidar, ante tal inmensidad no le queda otra cosa que liberar a sus fantasmas, crear su ciudad interior, darle nombre a los elementos perceptibles o a las imágenes, liberarlas de la materialidad y transgredirlas desde su exégesis: “Yo le puse al mar un nombre,/ lo llamé Domingo” “Una noche me compadecí de ella/ y le prodigué un nombre”, “así bautice algunas playas,/ con la saliva de su piel”. Para finalmente sucumbir, y es que es en demasía, algo incuidable al igual que su dramatismo: “Y el mar halló un custodio inédito,/ una nueva razón para ser el amor de los desesperados en este tiempo de arrecifes y rompimientos…”
Finaliza el poemario con una última sección CUADERNO DE OBCECACIONES, de donde se desprende un dramatismo de la situación del hombre moderno en medio de las incoherencias, en medio de las aberraciones, de los fanatismos y de las cegueras a través de intensos poemas en prosa. En donde; da igual tener los ojos abiertos o cerrados y por ello el “yo” poético busca “el sueño escalando en el ardor, ungiendo al silencio, ahorcando el bullicio en la brisa de las más altas penumbras”. O se intenta madurar un dramatismo dinámico: “en mi vientre laten los muertos, en mi pobre vientre calcáreo y nocturno respira la soledad en forma de hombres suicidas”. Posiblemente también muchas veces cargar con este dramatismo, conduzca al “yo” poético, a perderse entre los precarios límites de la realidad y lo onírico: “Pero debo decir en verdad que los rojos maderos del sueño erigen la liviandad de su hogar”
El libro finaliza con un poema tan desmitificador como al inicio se planteaba todo el libro. Por ejemplo, se desmitifica a la familia “y mi familia se hace llama prescindible/ desde su propia sangre devastada”. El “yo” poético queda en la imposibilidad de reconocer las fisuras de su carencia y orfandad en su pasado, menos aùn en sus antecesores: “La casa, los nisperales, el calor de la noche que no sabe modelarme/ un pasado razonable…”
Un poco de aire en una boca impura de Ricardo Ayllón, es un libro maduro pero no irreductible ni culminante en este tipo de poética. Aquí las imágenes, al igual que el mar a quien evoca como su espejo: son falsificaciones de la realidad perceptible. Se retoma otra vez el tema del “ser” de las cosas. Claro está, visto desde el “ahora”.
Libros van libros vienen como las olas del mar. Algunos votan espuma, algunos arrojan cadáveres, otros se chocan con las rocas, otros caen y acarician la sábana de la arena. Creemos que nos haría bien limpiar las impurezas de una página, cuidar una página como cuidar mil páginas, romper con la retórica de aquellos que extienden actas de defunción y que se ostentan como notarios de espíritu, que a veces, enturbian la claridad de la poesía misma.

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