Marcos Yauri
Montero (Huaraz, 1930) es un escritor infatigable, prueba de ello son sus obras
distribuidas en poesía, novela y ensayo. Por la década de los años sesenta su
figura como poeta se revela con un libro clave El mar, la lluvia y ella (1960); poemario que condensa un aura
neorromántica a través de una intensa lírica conversacional, cuya figura
simbólica del agua lo inunda todo produciendo lo trágico, pero también el goce.
En 1989, nuestro autor, publica una valiosa novela histórica, incluso anotada
por Seymour Menton: No preguntes quién ha
muerto. Yauri Montero es también un riguroso investigador de etnohistoria,
donde emplea una metodología interdisciplinaria para el análisis de los discursos
de la tradición oral. Véanse libros como El
Señor de la Soledad. Discurso de la abundancia y la carencia, Simbología de las
plantas nativas, Áncash en el tapiz, entre muchos otros. El escritor
huaracino, es quizás un intelectual atípico, como algunos pocos, por ofrecer un
importante poemario, una notable novela histórica y sugestivos estudios sobre la
historia cultural de Áncash, que han forjado un derrotero por donde debe
dirigirse nuestra identidad, ya que estudios de esta naturaleza escasean en
nuestro medio.
En 1996 Marcos
Yauri publicó El hombre de la gabardina
con el sello de Azalea; después de casi 18 años, y gracias a la iniciativa de
la Editorial Vivirsinenterarse, se acaba de publicar nuevamente esta obra,
simbólica para Marcos Yauri, ya que esta define, por mucho, su poética
narrativa: la memoria individual, que es a su vez la memoria colectiva arrasada
por el tiempo. El hombre de la gabardina
(Lima, Editorial Vivirsinenterarse, 2014) es una novela que trata del retorno
del personaje Ulises del Pozo Montero a la ciudad de Huaraz, después de muchos
años y donde el reencuentro con ésta provoca un conflicto.
El crítico literario
gallego Benito Varela Jácome señaló, en su libro Renovación de la novela en el siglo XX (1967), que “el tiempo desempeña un papel significativo en las
realizaciones teatrales, cinematográficas y novelísticas contemporáneas. El
centro de la problemática temporal de la novela cambia según los autores: la
búsqueda del tiempo perdido proustiano, el tempo lento, en Mann, Proust, Azorín
y Miró; la ruptura de la secuencia temporal, en Huxley y Faulkner” (p. 77). En
la novela que nos concierne, el tiempo también cumple un rol protagónico. La
búsqueda angustiosa del tiempo perdido es en la novela obsesiva, va desde la
contemplación de la ciudad, de los objetos (cuadros, asientos, pisos, etc.),
hasta las personas activan la memoria y el pasado en el personaje principal,
Ulises del Pozo Montero. Entonces el tiempo es el personaje que destruye a la
ciudad, a las personas y se muestra dura y hostil. El tiempo es implacable con
todo:
Me
lacera la nostalgia, como cuando en una ciudad ajena, de improviso encuentras a
un anciano o a una anciana que te recuerdan a tu padre y a tu madre, y entonces
crees haber vuelto y que los dos te miran; pero pasado el deliquio tu alma se
te derrama como un litro de sal. (29).
La novela se
inicia el miércoles trece de enero con el retorno del personaje Ulises del Pozo
Montero a la ciudad de Huaraz, su regreso se produce porque una de sus
sobrinas, Yeni, se casa con Alberto Wong. Sin duda, hay dos elementos que
rápidamente se precipitan y nos llevan a la Odisea
de Homero, el tema del retorno del héroe y las celebraciones nupciales. En el
texto de Yauri, estos temas se manejan a partir de una técnica que se
entrecruza con los tiempos. Por un lado, la primera obedece al tiempo objetivo
y donde se narra a partir de un estilo cronístico, dicha idea lo corroboran los
«metatextos» como los títulos de las secciones, los epígrafes y los días fechados
(del miércoles 13 al lunes 18 de enero). Asimismo, la figura del narrador, en
este sentido, se orienta a la de los cronistas del siglo XVI, ya que se observa
en la lectura cómo el personaje Ulises del Pozo Montero describe detalladamente
los pormenores del viaje, la impresión que le produce Huaraz, luego hace un
recorrido de la ciudad observando las particularidades y los cambios que ésta
ha sufrido con el tiempo, la migración, la dispersión, los gobiernos que no han
hecho nada, la modernidad desbordada, etc. Por otro lado, se observa el tiempo
subjetivo, el del pensamiento, el tiempo de la nostalgia, el recuerdo, la
memoria, el del sueño, las alucinaciones, etc. Esta se puede observar en cómo
los personajes que aún viven como el padre del forastero, Claudio del Pozo Henostroza,
quien recuerda a sus seres queridos que han sido tragados violentamente por el
tiempo, recuerda la vida en el campo, los episodios cotidianos con su esposa
Carlota, recuerda la muerte de sus perro Argos II, los viajes de trabajo, entre
otros episodios que son activados a través de la memoria. El anciano en un
pasaje de la novela, conversa en su mente con su esposa:
Carlota,
¿cómo la pasamos? Vivíamos en un cuartito alquilado, al lado su cocinita, con
un patio de este tamaño, allí esperabas con tus comidas hechas con lo poco que
teníamos. (p. 51).
En otro momento
el anciano dice:
Carlota,
el árbol no resiste al tiempo, ¿recuerdas el eucalipto gigante por el que
nuestro hijo siendo niño lloró creyendo que se moriría porque le había clavado
un clavo?, ¿el saúco que a la entrada formaba un hermoso arco? Al eucalipto lo
tumbó el viento y el saúco se ha secado… Ah, Carlota, estos campos si los
vieras ahora, son tierras muertas, no son el paraíso de antes. (p. 53).
Por otro lado, el
forastero, Ulises del Pozo montero también recuerda a sus amores de otros años:
Eliane, Delia y Helena. En la novela El
hombre de la gabardina, el amor es un vago recuerdo que sirve para avivar
momentos de felicidad en un escenario duro y hostil como también sucede en la
novela histórica No preguntes quién ha
muerto.
Desde otra
perspectiva, conviene también subrayar cómo el personaje recuerda a los amigos
que ya se fueron y cómo reconstruye la figura de su madre. En este proceso, a
veces gana el melodrama, donde situaciones cotidianas y familiares se dejan
evidenciar y aquí se produce la relación simbólica entre «padre, madre e hijo»,
un triángulo afectivo que no abandona a la novela hasta el final. En una escena Claudio del Pozo Henostroza desde
su remembranza expresa:
El
que más me ha hecho y aún hace sufrir es Ulises. Desde que entró en la escuela
sentí como si un pedazo que se le hubiera roto a mi corazón volaba por el mundo
y peor fue cuando entró en la universidad, su madre con rabia me decía: «odio a
esos camiones, porque se llevan a mi hijo». Más tarde se casó y se fue, por
último dejó la ciudad para irse en busca de sus ilusiones. (p. 87).
La versión de La Odisea, en esta novela, se haya
ligeramente invertida. Aquí Telémaco es Ulises del Pozo Montero, quien va en
busca del recuerdo de su madre en la ciudad de Huaraz, pero ese recuerdo se
torna dramático y crudo; porque la ciudad ya es otra, se ha transformado y solo
encuentra a su padre, ya un hombre nonagenario, que al igual que él se resiste
terriblemente a la violencia del tiempo. Éste es a su vez un Ulises, ya que
viaja a través del recuerdo y la memoria a rescatar la figura de su amada
esposa Carlota. La imagen órfica aquí resulta importante, el padre a diferencia
del hijo, la rescata por medio de la memoria en sus sueños y al final de su
vida desciende hasta el lugar de ella para encontrarse. Sin duda, el tema del
viaje, simbólico, a través del recuerdo y la nostalgia cobran un caro cariz. En
una entrevista que publicáramos en el 2014, Marcos Yauri sostiene lo siguiente:
Somos
peregrinos en la tierra. Todos tenemos dentro un Ulises y todos de algún modo
somos Ulises. ¿Pero, porqué digo esto?, porque uno siempre se está buscando:
por ejemplo, cuando uno evoca su niñez o su juventud y quisiera volver a esos
tiempos, está siendo de alguna forma un Ulises. (p. 29)
Sin duda, hay
dos espacios que se focalizan en la novela a partir de la figura del viaje. El
primero es el espacio que mitifica a Huaraz con dos rostros; el de ahora, lleno
de desorden y fealdad y; el Huaraz de antaño, lleno de muebles vieneses, de art
nouveau y otros artificios que
encapsulan una bella época vista desde la perspectiva de la utopía; como proyecto,
idea o sistema irrealizable en el instante en que se piensa o se planea.
Quienes hablan de este Huaraz son el forastero Ulises del Pozo Montero, Claudio
del Pozo Henostroza, Carlota Montero, entre otros. El segundo espacio es el del
mundo de los muertos, desde donde habla Carlota Montero Mejía, la madre de
Ulises. Son dos espacios y dos tiempos que se entrecruzan a partir de sueños,
alucinaciones y a partir de un tiempo mítico, que rige a los muertos, pero que
no se conecta con el mundo de los vivos sino a través de la memoria. En un
pasaje de la novela se lee:
En
el cielo, doña Carlota despierta al ser nombrada por su esposo. Por la ventana
gótica mira las avenidas que se desdibujan en la neblina azul, allí donde
flotan melodías suaves, caen hojuelas de oro y garúas etéreas. (p. 20).
Otro tema
importante en la novela es el de la «identidad» en el narrador personaje, y la noción
de «extranjerismo» con la que él mismo se define. La identidad de Ulises del
Pozo Montero está en el Huaraz de antaño, pero aunque ahora esa ciudad ya no
esté, este es su Ítaca a la que siempre anhela volver, aunque ya no esté
físicamente ésta está en su corazón. De este modo, la identidad del personaje
se halla en la utopía, en la memoria del pasado, en la nostalgia de los seres
que ahora ya no están más. Asimismo, hay un énfasis particular en subrayar el
carácter «letrado» del personaje en la novela, pues éste muestra dominio de la
literatura occidental, de la literatura peruana y latinoamericana, de la
historia, entre otros tema que abordan en sus diálogos y pensamientos. Por otro
lado, desde la perspectiva de los sobrinos y los nietos, Ulises del Pozo
Montero no es un extranjero, sino más bien éste se define como tal por pertenecer
a otra generación y porque la ciudad que conoció no es la misma sino otra,
ajena a él. La ciudad, también protagonista a ultranza está transformada y con
otras gentes, eso posibilita en el personaje un efecto traumático al sentirse
solo en la ciudad, su padre también se haya envuelto en la soledad, se sienten
desamparados de madre y esposa, respectivamente. Son extranjeros en un medio
hostil, deformado, donde se oye el murmullo desgarrador de la vida, el violento
encuentro con el pasado, la proliferación de la desesperanza y la orfandad.
Como diría el mismo Ernesto Sábato en su libro El escritor y sus fantasmas (2006): “el gran tema de la literatura no es ya la aventura del hombre
lanzado a la conquista del mundo exterior sino la aventura del hombre que
explora los abismos y cuevas de su propia alma” (p. 32).
Finalmente, la
visión fatalista acompaña a la novela de inicio a fin. El narrador
autobiográfico sabe que retornar, al igual que Ulises en La Odisea, es un proceso violento incluso para sus emociones. No
tiene la certeza de que todo lo que vio y amó aún lo esperarán; la ciudad, los
amigos, los familiares los amores juveniles, no sabe si el recuerdo de su madre
muerta también aguardará allí en aquella ciudad de la sierra. Hay un dramatismo
que se manifiesta en los personajes de principio a fin, son personajes
desgarrados y huérfanos del tiempo. Se sienten ajenos a esta nueva generación,
ven de modo apocalíptico la metamorfosis en la que se haya la nueva ciudad, por
momento el telón de fondo del terrorismo también se adhiere a ese clima duro y
hostil donde los personajes se desenvuelven nostálgicamente.
Por lo que queda
decir de la novela El hombre de la
gabardina de Marcos Yauri Montero, esta es una novela de la angustia por el
inminente desarraigo que sienten los individuos ante el paso del tiempo, ante
la pérdida del espacio histórico cultural mitificado. Es una novela donde el
tiempo es el protagonista, y donde lo efímero del presente está compensado por
el recuerdo y el pasado. El mismo Marcel Proust, autor por cierto muy leído por
Marcos Yauri, dirá en su libro En busca
del tiempo perdido: “la última reserva del pasado, la mejor, es la que,
cuando todas nuestras lágrimas parecen agotadas, sabe aún hacernos llorar”.
Huaraz, 19 de febrero del 2015,
día en que miles de almas besan los pies al Señor de
la Soledad,
patrono de Huaraz
Referencias
bibliográficas:
MAUTINO GUILLÉN, Alejandro. (2014). La Biblioteca del Minotauro. Entrevistas con
escritores ancashinos. Huaraz: Killa Editorial - Facultad de Ciencias
Sociales, Educación y de la Comunicación de la UNASAM.
PROUST, Marcel. (2013). A la sombra de las muchachas en flor. En
busca del tiempo perdido II. Barcelona: Editorial RBA.
SÁBATO, Ernesto. (2006). El escritor y sus fantasmas. Buenos
Aires: Editorial Planeta – Seix Barral – La Nación.
VARELA JÁCOME, Benito. (1967). Renovación de la novela en el siglo XX.
Barcelona: Ediciones Destino.
YAURI MONTERO, Marcos. (2014). El hombre de la gabardina. Lima.
Editorial Vivirsinenterarse.
…………. (1996). El hombre de la gabardina. Lima: Editorial Azalea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario