La
poesía en Ancash, en las últimas décadas, ha traído interesantes propuestas que
se materializan en voces poéticas como la de Ricardo Ayllón en Un poco de aire en una boca impura o en Una piedra desplomada de César Quispe,
solo por citar algunos. El poemario Botella (Arlequín, 2011) de Wilder
Caururo Sánchez (Huarás, 1976), de reciente aparición, debe entenderse en la
heterogeneidad de voces poéticas en la poesía ancashina última. Creo,
particularmente, que con este poemario Caururo Sánchez inicia una mirada
personal del oficio escritural (recuérdese que publicó poemas dispersos en
diversos medios y un poemario compartido Llevaba
sombrero de copa [2004]).
A
nuestro entender, el título del poemario anuncia un carácter polifuncional,
pues revela una serie de significantes. La “botella”, de este modo, alude a la
forma en la que se contiene un elemento, por lo general líquido. Por otro lado,
este aspecto podría tratarse de la unión de dos términos “bote” y “ella”, como una
metáfora líquida de la incomunicación con la figura de la mujer (muy recurrente
en los poemas, especialmente mujeres vírgenes, prostitutas, ebrias, lujuriosas,
etc., son invocadas por la voz del locutor).
Otro asunto importante, y quizás el más importante, es la comunión entre el “continente”,
el “contenido” y un tercero, el “bebedor”. Es decir, el organismo del “bebedor”
termina siendo otro “continente” y se repite la misma operación de contacto
espiritual, de diálogo subjetivo con los efectos del “contenido”. En el
poemario aquel esta asociado, si bien a un acto comunicativo y religioso,
también a una desacralización del rito. Las figuras de dioses, vírgenes,
hipocampos, duendes, centauros son focalizaciones de la utopía del goce
místico. Aquellos temas nos recuerdan a los rituales de los antiguos griegos
que usaban el “licor” para un acto sagrado, ligado al teatro, la música y el
origen de la poesía. Esta meditación sobre el licor y su efecto subjetivo,
espiritual, alucinante, será retomada por los parnasianos. Baudelaire tiene una
sección interesante sobre “El vino” en Las
flores del mal, y medita sobre el alma del vino; Rimbaud después escribe el
“Barco ebrio”; Apollinaire escribirá Alcoholes.
De Baudelaire y Apollinaire se destacan un tono conversacional y de mandato. En
“El alma del vino” de Baudelaire se lee: “Brillando en las botellas, cantó el
alma del vino./ «Hombre, elevo hacia ti, pobre desheredado,/”. En Apollinaire,
en el celebre poema “Zona”, se lee: “y tú bebes este alcohol ardiente como tu
vida/ tu vida que bebes como si fuera aguardiente…”. En ambos versos citados
predomina un lenguaje conversacional, pues pareciera que la comunicación entre
“continente” y “contenido”, no se reduce a la imagen sino al diálogo con el
otro.
El breve
poemario se abre con una epígrafe de Omar Khayyam, continua un caligrama,
(Apollinaire fue uno de los primeros que empleó el caligrama, constituido como
un cuerpo lingüístico e icónico, que trata de un texto que diseña una figura a
través de una construcción lingüística), en este caso se trata de una botella.
Mallarmé había enfatizado sobre la importancia de la página en blanco en el
poema. En el caligrama de Caururo
Sánchez “la botella” (o la figura de aquella) estC solitaria en la página en
blanco. Lo cual se confirma con la voz poética, que pide por ello: “Bebe de/ Esta
botella/” (p. 6). Esta huella de mandato (o de súplica) perseguir! a todos los poemas a lo largo del
libro, pues la voz lírica anuncia una devastadora soledad, que muchas veces le
permite evocar, crear personajes, figuras a quienes interpelar, pero solo
recibe el filo del silencio.
En Botella el vate huarasino se nutre del
legado vanguardista de las primeras décadas del siglo XX (a través de la
incorporación de un lenguaje que usa términos poco usados como: toxicomanía,
radiactividad, modiglianis, heliogábalo, azur, hético, flácido, Shhhiittt, etc..),
pero por otro lado, bebe de las fuentes del parnasianismo (muy anterior a la
vanguardia) a partir de la predilección y uso de figuras exotistas (Peter Pan,
fauno, centauro, hipocampos, bestias, duendes, demonios, lucifer, la virgen,
dios, etc., que aparecen en su poemas) y que conjugan una creativa asimilación
de estas en torno a alucinaciones del paseante locutor personaje en la calle o espacios figurados. Estas marcas
nos recuerdan a un notable poeta: Eielson, quien nutrido del legado
neosimbolista reelaboran una poética con exuberancia de metáforas y cierta
narratividad alegórica en Reinos o en
Habitación en roma.
El
poemario, como anotamos, refiere acerca de la imposibilidad de recobrar el
diálogo con el “otro” y de recuperar el placer negado, pero el “otro” solo es
silencio. Los amores, los deseos, los desvaríos, las alucinaciones, las
sensaciones parecen así deslizarse bajo los puentes gustativos y líquidos a lo
largo de todos los poemas.
En
el libro de Caururo Sánchez hay un
énfasis en la figura del locutor
personaje (en segunda persona). Por ejemplo en muchos poemas se leen:
“bébetelos tú…”, “sé puta cara belleza…”, “te he visto…”, “ya no eres sagrada,
belleza…” (en “A contra luz”); “éramos dioses consumidos por la gloria…”,
“hemos hecho el diluvio universal dentro de nosotros…”, “somos el resultado de nuestro temor…” (en
“Instantes de ebriedad”); “búscame entre los ebrios a la hora de las pipas…”,
“llegas con tu voz de canela y tu aire de santo…” (en “Búscame entre los
ebrios”), otros poemas también siguen este esquema que enfatiza la voz lírica
en segunda persona. Aquel busca un
diálogo y se dirige a otra persona (elemento, figura, ser, objeto), lo
fundamental es que exige una comunicación, la búsqueda de una fórmula de
penetrar en el “otro”, de definirse en la figura del “otro”, sin embargo
encuentra un mutismo.
La
condición anterior se sustenta en la medida en que no hay un solo poema del
libro que no se restrinja a la lírica conversacional o más que aquella, al de
mandato, es decir del uso –o abuso- del
apóstrofe.
sé puta
cara belleza
pero no des
tu cuerpo
haz el
ademán universal y será la lluvia
muéstrate
así desnuda
y que te
cabalguen con su alma
los
benditos
los nacidos para el orgasmo perpetuo
Esta
voz se dirige hacia un alocutario representado y no-representado en los poemas. Por lo general se enfatiza en la
figura de la mujer desacralizada, que encuentran en Baudelaire y Rimbaud a sus cuestionadores;
quienes desacralizan la figura de la mujer arquetípica del romanticismo: la
pura, la virgen, la perfecta y la angelical, que encuentra su antitética en la
puta, la promiscua, la extrovertida, la pervertida y la lujuriosa. Estos motivos
recuerdan la intensa lírica conversacional de Baudelaire. Precisamente cuando
se refiere a las mujeres: prostitutas, vendederas, mendigas, infieles,
horrendas y atroces en la segunda edición de Las flores del mal (especialmente en la sección “Cuadros parisinos”;
donde desfilan éstas figuras).
No
es difícil detectar los rasgos de la influencia de Baudeliare y Apollinaire en Botella (aunque pudiera ser que estos,
hayan sido absorbidos por otros autores leídos por Caururo Sánchez).
La
lírica de Eielson, Sologuren, en especial, guardan una cercanía con la poesía
francesa. Posteriormente la generación del 60 retoma la lírica conversacional, aunque
ésta no es de uso exclusivo, sino que aparece desde la Odisea, pero hay un énfasis mayor en estos periodos señalados.
Precisamente asociados a los tormentos de la modernidad y los efectos de esta
que procuran un espacio y un lenguaje fraccionado. Jorge Terán, en el prólogo
de Botella, afirma sin ambages: “se podría
hablar de las fuertes deudas que la escritura de Caururo tiene con la tradición
poética occidental, específicamente con la relacionada a la vanguardia
(relación también detectable a nivel de contenido en el constante trabajo con
la figura del poeta maldito)”.
Botella es un interesante libro, pero
aún así hay un excesivo abuso de algunas estructuras formales (voz, estilo,
motivos) que se repiten, esperamos que estas expectativas se confirmen con un
segundo libro.
Interesante
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