El joven y entusiasta periodista Franklin Angeles Zambrano, director de la revista cultural A grietas acaba de publicar Calzando cuero ajeno (2011). El libro de Angeles Zambrano está conformado por seis poemas en prosa, cuyo referente más cercano en la poesía ancashina última es Cardumen seis de Tania Guerrero.
En el libro Calzando cuero ajeno el prologuista plantea una visión equivocada del hecho poético. Para el prologuista el uso de los locutores en primera persona (yo poético) evidencian la voz del autor textual del libro, es decir de Franklin Angeles. En dicho prólogo se lee: “Cuando Franklin tuvo la inverecundia de entregarme el bosquejo de sus escritos estaba convencido de que hallaría las efusiones de un hombre triste, y me alegra decir que no me equivoqué”. Esta visión nos recuerda a la vieja crítica como la de Sánchez, Tamayo, Xammar, entre otros quienes desatinadamente creen ver en la poesía de Vallejo, Valdelomar, Eguren y otros, un cuadro, un pasaje vivencial del autor representado en la obra literaria, desviando la atención de los poemas como organicidad y enfatizando en la vida del autor. Por otro lado, en un comentario en la contratapa del libro de Angeles Zambrano se lee “Me siento como una piedra verde y amorfa en un frutero con manzanas rojas…nos dice Franklin y continúa: Habita mi pensamiento un cúmulo infernal de acertijos que fabrican, sin reparos, los miedos que me hacen y me destruyen”. Como podemos observar el comentarista no distingue al autor real y al locutor en el poema, para él ambos serían lo mismo y por ello enfatiza en “nos dice Franklin”.
En el libro Calzando cuero ajeno el prologuista plantea una visión equivocada del hecho poético. Para el prologuista el uso de los locutores en primera persona (yo poético) evidencian la voz del autor textual del libro, es decir de Franklin Angeles. En dicho prólogo se lee: “Cuando Franklin tuvo la inverecundia de entregarme el bosquejo de sus escritos estaba convencido de que hallaría las efusiones de un hombre triste, y me alegra decir que no me equivoqué”. Esta visión nos recuerda a la vieja crítica como la de Sánchez, Tamayo, Xammar, entre otros quienes desatinadamente creen ver en la poesía de Vallejo, Valdelomar, Eguren y otros, un cuadro, un pasaje vivencial del autor representado en la obra literaria, desviando la atención de los poemas como organicidad y enfatizando en la vida del autor. Por otro lado, en un comentario en la contratapa del libro de Angeles Zambrano se lee “Me siento como una piedra verde y amorfa en un frutero con manzanas rojas…nos dice Franklin y continúa: Habita mi pensamiento un cúmulo infernal de acertijos que fabrican, sin reparos, los miedos que me hacen y me destruyen”. Como podemos observar el comentarista no distingue al autor real y al locutor en el poema, para él ambos serían lo mismo y por ello enfatiza en “nos dice Franklin”.
Estos comentarios no ayudan a arrojar luces sobre los textos ni preparan al lector, sino ofician una canalización del discurso poético y a veces una carnavalización, donde el prólogo se entiende como una creación de catarsis (donde el prologador se aprovecha de la página para escribir su poema). Aunque esto último no es el caso del libro de Ángeles Zambrano, un lector desatento podría pensar en hallar datos biográficos del autor en la obra o podría especular que los estados anímicos que el falso crítico cree ver son elementos claves de la personalidad del autor. Calzando cuero ajeno plantea una profusa utilización de elementos discursivos, como también una angustiosa tensión entre el yo poético y los interlocutores dentro del poema. Esto último se evidencia en la intensa lírica conversacional de los poemas, en donde a través del uso del yo poético (en primera persona) se intenta dar a conocer los atropellos de una vida torturante y angustiosa. El poemario plantea una crisis a nivel del discurso del yo, donde aquél se articula como un termómetro de la angustia existencial del universo interior del poema. Hay lugares comunes en este tipo de poesía como el uso del locutor personaje, a quien le suceden los estados existenciales de una vida torturante, el trance conflictivo de la identidad, la idea de la desposesión, la familia dispersa, la madre como brújula en la oscuridad, la nada que termina siéndolo todo y convirtiéndose en parte esencial de la cotidianidad. Nos ocuparemos de modo parcial sobre algunos poemas del libro, porque cada poema es un universo aparte. Para nosotros el autor ha muerto.
El primer poema del libro es “Confusión”, donde se utiliza una profusa adjetivación y cuyo registro alcanza desde el concepto simbólico de “despertar” hasta llegar a la “confusión” del modo de entender los acertijos y las crueldades de la existencia misma. El acto de “despertar” en el yo poético es una frustrante comprensión de las peripecias de una vida en un mundo atormentado por las relaciones de poder. Así se plantea una visión desacralizada de la religión cristiana, al mismo tiempo que se le reclama por no haber podido subsanar las grandes atrocidades y perversiones que suceden en el mundo y es cuando la voz poética señala que “solo el vacío pinta mejor la existencia”. Por otro lado hay la visión crítica hacia un mundo mercantilizado, donde “rechina la barata fragancia de una puta moneda”. El poema, de este modo, evidencia las fracturas socioculturales (lo religioso, lo económico, social y político) que atraviesa un mundo cuyos síntomas son percibidos con énfasis en el yo poético. Precisamente la voz, al acentuarse, en primera persona, tiene que ver con resaltar los actos depravados de un mundo que se prende de un sujeto sensible. Pero cabe añadir que esta conciencia crítica también es, al mismo tiempo, una confusión, porque la identidad ha entrado en conflicto. La idea de la desposesión inunda el poema, como un río desbordado que lo consume todo y escarba en la tierra y las raíces más profundas.
El segundo poema es “Existencial”, donde se plantea un pensamiento paradójico como recurso de contenido y de forma. El poema plantea lo complicado de verbalizar el mundo interior del yo poético, sin embargo aquél es posible a través del acto de “decir el mundo”. Decir el mundo en el poema implica un reconocimiento profundo de las tensiones y angustias del locutor personaje o yo poético. En el poema se plantea del siguiente modo: “Decir que tengo miedo”; “Decir que soy víctima de la más patética invalidez”, “Decir que me siento disparejo para comprender el significado del ser”, “Decir que estoy en la esquina sabiendo que la ausencia de quien me espera en ella es certera”, etc. Como señalamos hay un rol enfático en el uso del locutor personaje evidenciado en que los hechos no suceden a otro sino a la voz poética. El poema de este modo evidencia el tránsito del alma del yo poético por las nebulosas del miedo, la monotonía, la soledad, la locura y la total anulación del ser. Ésta última se demuestra en el verso “tengo miedo inmenso a la palabra oral y más aún a la escrita”, en ambos casos (en lo oral y lo escrito) el ser se anula y sólo queda un vago eco de la idea del individuo, por ello en el acto de “decir” hay un abandono de lo único que le pertenece al yo poético: su voz. Esta idea de desposesión llega a su punto más crítico en el plano escrito, porque ya ni siquiera es una voz, sino una grafía, un vago eco del individuo. Ésta última vendría a ser la separación total, el desprendimiento máximo, que trae una vez más, como corolarios a la soledad, la confusión, la frustración, el tormento y la pérdida de la identidad a través del lenguaje mismo.
Otros poemas del libro son “Festín de delirios”, “Culpas a la “nada” de tu primera cicatriz”, “Si yo tuviera alas” y “…porque Sí”.
Calzando cuero ajeno es una primera publicación como libro orgánico de la poesía de Franklin Angeles Zambrano, donde todavía hay un manejo débil del poema en prosa, pero por otro lado éste plantea un universo poético exuberante y caótico que sintetiza las fracturas, las contradicciones, los quiebres, la desacralización del transitar entre las gentes de un alma atormentada. Hay una preocupación por la idea de la otredad, por hacerse escuchar y esperar respuestas que lo ayuden a configurarse como ser, pero por otro lado hay una conciencia “desconstructora”, un desvanecimiento de la singularidad del yo poético, una conciencia crítica severa que se fija en el mismo locutor.
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