Octavio Paz,
refiriéndose sobre el amor en su libro La
llama doble. Amor y erotismo (1993), señala que “[e]l amor no nos preserva de los riesgos y
desgracias de la existencia. Ningún amor, sin excluir a los más apacibles y
felices, escapa a los desastres y desventuras del tiempo. El amor, cualquier
amor, está hecho de tiempo y ningún amante puede evitar la gran calamidad: la
persona amada está sujeta a las afrentas de la edad, la enfermedad y la muerte”
(p. 211). Esta referencia, quizás, pueda servirnos para introducirnos en uno de los
ejes temáticos y estructurales de la novela Señal
de la cruz de Roberto Rosario (Lima, 1948), pues, en aquella, se modulan
los conceptos más latos de amor, tiempo, desgracia y muerte.
Las historias sobre
sacerdotes y curas no son de reciente factura, se pueden ubicar desde las
crónicas de conquista y, con anterioridad, desde la época de las cruzadas con
mayor énfasis. En la literatura peruana
es importante citar a El padre Horán
de Narciso Aréstegui, considerada como una de las primeras novelas peruanas
publicada en la primera mitad del siglo XIX. En la novela de Roberto Rosario,
el personaje que abre la novela es el padre pío Vincent quien llega a Sybis:
una pequeña aldea que ha sido mitificada en la obra, pues también se describe
su desarrollo, su extinción y su resurrección tras el terremoto. Al inicio de
la novela, Señal de la cruz, se
advierten unos epígrafes que funcionan como metatextos de la obra. Ambos epígrafes se refieren a la categoría subjetivada del amor como metáfora de la
transformación del cuerpo (pienso en la fiebre pasional desatada entre Vincent
y Marcela, en Gabriel y las dos hermanas: Gudelia y Rosa Amelia, entre Luis
Alberto y su prima Gabriela). Particularmente, esta es una novela donde el amor es doble; por un
lado, es la “suprema ventura” (los personajes aman, confían en el otro y se
entregan) y; por otro, la "desdicha suprema” (los personajes fracasan, se
aíslan y mueren). En la primera idea del amor, los personajes se entregan a un
ideal romántico, a la aventura, a la heroicidad. Mientras que en la
segunda idea del amor esta está relacionada con el pecado de la carne del
padre Vincent y Marcela que, a su vez, traen como corolarios el
desencadenamiento de tragedias en el pueblo y la prolongación del pecado en los
descendientes de estos amantes.
Si quisiéramos
acercarnos a una tipología de los personajes masculinos: Vincent, Abel Danós, Gabriel,
Luis Villalba hijo y Luis Alberto; muchos de estos optan por un camino de
aventuras, prefieren la transformación de la
vida individual sobre los lazos de la tierra, familiares o de la vida
colectiva. Vincent continúa su peregrinación por otros pueblos luego embarazar a
Marcela; Abel Danós abandona a su familia y retorna cuando cesa las aventuras y
el trabajo; Gabriel se aventura a una vida escabrosa y difícil en la costa;
Luis Villalba hijo tras la muerte de su madre y hermana decide salir de Sybis
en busca de garantizarse un futuro menos desgraciado; Luis Alberto escapa de
los senos de su madre y de un paraje lejano hacia la costa. En tanto, en la
novela prepondera más una descripción de la naturaleza femenina de las
personajes, ya desde el inicio se advierte la sensualidad de Marcela: “desconocía la fuerza devastadora que emanaba su ser. Ni bien había dejado las
muñecas ya empezaba a ocuparse con coquetería de su arreglo personal. Sabía que
despertaba entusiasmo entre los jóvenes de su edad, pero no imaginaba que
pudiera encender brasas en el corazón del sacerdote” (p. 15), otras personajes
importantes también son las hijas de Marcela: Gudelia, Rosa Amelia y Magda; son
quizás las mujeres las figuras importantes donde la narración cobra mayor
énfasis. Hay una especie de matriarcado en la novela, pues es Marcela figura
importante quien cuida a sus hijos en la casa de sus padres y desde donde se
producen las historias, posteriormente es desde la descripción de las vidas de
las hijas, especialmente de Gudelia (una profesora de zona rural) y Rosa Amelia
(una enfermera en la capital) que dinamizan los relatos de los personajes
masculinos. Esto obedece a que en la trama de la novela, la estructura familiar
se haya resquebrajada por la ausencia del padre o por la violencia de estos
sobre aquella o, en última instancia, por la violencia política.
Por otro
lado, esta novela, Señal de la cruz,
se adhiere perfectamente a la denominada narrativa andina pues refiere “la
tensión simbólica de nuestra cultura (migración, reformas agrarias, violencia
política), la adaptación de la expresión indígena (el castellano andino); la
utilización de técnicas de la novela urbana de vanguardia; su posición entre el
indigenismo y la nueva novela; y el enfrentamiento de la tradición con la
modernidad (lo andino y lo occidental), además de la síntesis de dicha
dicotomía” (Pérez, 2011: 41). Todos estos rasgos son fáciles de detectar en la
novela de Roberto Rosario. Señal de la
cruz, localiza, con acierto, el paso del tiempo y el manejo de los
espacios, no nos dice las décadas de los acontecimientos sino que el lector los
intuye con pistas que va dejando el narrador omnisciente en la obra, es así
que el cronotopo de la novela subraya
particularmente las diversas transformaciones sociales en el siglo XX.
Otro elemento clave que articula el sistema de representación
y configuración de los personajes secundarios, especialmente los subalternos, es
precisamente una racionalidad andina no diferente al pensamiento mítico que se
desprende de El pensamiento salvaje (1975)
de Lévi-Strauss, que identifica un pensamiento que se estructura en base a la
aprehensión de símbolos para explicar diversos fenómenos. Incluso frente a la
modernidad, esta no se invisibiliza en los personajes, sino los hace
conscientes de una realidad virtual tan válida como la real. En Señal de la cruz, por ello, es importante
detenerse en la Nina mula y su paso
por Sybis, en Juan oso y su
aparición en la cocina de Gudelia, o en las apariciones fantasmagóricas en
Sayán o en la forma de entender el universo en una aldea donde moran los
personajes de épocas pasadas. Es fundamental, por eso, entender esta perspectiva
relacionándola con la figura de la religión en la obra, y cómo el reverendo y "extranjero" pío Vincet se inserta en la sociedad de Sybis. En la novela, los
personajes subalternos son fieles al catolicismo, asimismo creen en sus
deidades andinas (entiéndase a las referencias a los cerros, al puma, al
cóndor, al oso andino, a las aves, etc.,
y; al mismo tiempo, a las figuras de la iglesia, la virgen y los santos).
Por lo que queda decir,
el pecado de Vincent y Marcela los arroja al tiempo continuo: al cambio, al
accidente, a la soledad y a la muerte. Señal
de la cruz, es una novela donde pueden detectarse con facilidad los acabados
en el plano estructural; sin embargo, creemos que el final pudiendo ser violento
y complejo, prioriza una ruptura que
revela la influencia de la novela romántica en tanto referencia a los problemas
socioculturales, su resolución utópica por el problema del país y por mezclarse
como un angustioso telón de fondo el melodrama en relación al amor
prohibido socialmente y del amor entre los miembros de una familia que se
desconocen a consecuencia de la dispersión. Entonces, la señal de la cruz más que una bendición
vio ser una maldición que trajo desgracias a los cuerpos: al cuerpo social
familiar de los Villalba, al cuerpo virginal de Marcela y a las hijas de ésta y, en definitiva, al pueblo de Sybis. La novela es una narración que nos recuerda a las novelas
románticas, donde un grupo lucha por un ideal, por una utopía; mientras otro
resiste al sistema. Una de las claves para esta afirmación es precisamente el
sistema comunicativo que se usa en la novela, me refiero a las cartas, así
también al viaje del héroe provinciano hacia la capital, así también de los "otros" que se resisten a salir, que se enraízan y buscan su origen, su lazo atemporal. Una cita
de Gudelia, en su carta a su hijo, casi al final de la novela puede ser
ilustrativa: “He retornado al pasado en busca del tiempo perdido, estoy en el
inicio de la nada. En Sybis, el sol descansa y la naturaleza somnolienta
aletarga la vida” (p. 184).
Roberto Rosario es un poeta y escritor mediocre. Solo sus amigos y gente a la que presiona compran sus libros, el no tiene un estilo propio, solo lo que copia de alli y alla. Se construye titulos y preside asociaciones inutiles que le benefician a el y a su circulo de sobones.
ResponderEliminarUna novela intrincada que no logra jamás ponerse al nivel de las grandes obras de la literatura latinoamericana. He leído de este autor andino, varios poemas, cuentos, y esta novela, pienso que con tanto tiempo en la literatura las obras de este autor no dejan de ser insulsas y aburridas. La verdad no hay muchos que puedan superar a Jose Maria Arguedas, Ciro Alegría; D. Ricardo Palma; Bryce Echenique, Ventura García Calderón; Vallejo; Pardo y Aliaga; Vargas Llosa; y algunos otros pocos.
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ResponderEliminarComo Docente en Lengua y Literatura, recomiendo al alumno tanto de Educación Secundaria, como Universitaria, que promuevan su nivel de lectura al nivel de José María Arguedas Altamirano, Ciro Alegría y Manuel Scorza, quienes son los baluartes de la literatura indigenista en el país . Ventura García Calderón, aunque residió la mayor parte de su vida en París, tuvo una amplia y fructífera labor como crítico y recopilador de la literatura de nuestro país y de toda la América Latina. Ricardo Palma y Cesar Vallejo nunca pasan de moda. Bryce Echenique sigue en la biblioteca y lo recomiendo para los que no saben como era la oligarquía mucho antes del golpe militar del General Juan Velasco Alvarado, ocurrido el 3 de octubre del año 1968. Velasco derrocó a Belaúnde e inició el denominado gobierno revolucionario de la Fuerza Armada.