martes, 20 de septiembre de 2016

LA POÉTICA DE ANTONIO SARMIENTO EN LA COLINA INTERIOR. UNA LECTURA DE SUS CONSTANTES DISCURSIVAS



Las últimas promociones de poetas en Áncash han demostrado un contundente manejo y dominio de la palabra que se materializan en propuestas como la de Manuel Cerna en Poemas perdidos, Ricardo Ayllón en Un poco de aire en una boca impura, Juan Carlos Lucano con su poemario La hora secuestrada, César Quispe con su libro Una piedra desplomada, Wilder Caururo Sánchez con Pájaro. Escrito para no matar, Dante Lecca con Breve tratado de ternura, Denisse Vega Farfán con El primer asombro y Antonio Sarmiento con su obra La colina interior, entre los más importantes. Este dato resulta significativo; por un lado, se advierte que los poetas provienen de Chimbote y Huaraz y; por otro, se observa que existe una creciente continuidad escritural en Áncash forjada por escritores que han sabido llevar en alto el peso de autores mayores como Carlos Eduardo Zavaleta, Óscar Colchado, Marcos Yauri, Juan Ojeda, Julio Ortega, Rosa Cerna Guardia, Macedonio Villafán, entre otros.

Recientemente acaba de publicarse La colina interior (Ediciones Copé, Lima, 2016), poemario de Antonio Sarmiento Anticona (Chimbote, 1966), quien resultó ser el ganador del Premio Copé de Oro de la XVII Bienal de Poesía “Premio Copé 2015”, quien además pertenece a esas últimas promociones de poetas en Áncash que demuestran un innegable dominio y manejo de la palabra como ya hemos mencionado.

El libro del autor porteño está dividido en dos partes precedidas por un poema del mismo autor que se anticipa como un epígrafe. Se trata del poema “Ofertorio”, donde a partir de una poética intertextual, que sostiene la figura del arqueólogo del siglo XIX, el francés Jean-Baptiste Le Chevalier, que indagó en excavaciones buscando la Troya cantada por Homero, se busca liar una memoria histórica. De esta manera, en este ofertorio, la voz poética busca consagrar a aquello que ha permanecido bajo tierra o bajo la memoria: “Esta historia empezó/ cuando los hombres de la misión/ excavando en roca mineral/ al este de la colina desenterraron/ una sombra del tamaño de un fardo pequeño” (p. 11).
Desde mi punto de vista, la poética de Sarmiento se estructura a partir de tres constantes marcadas y diferenciadas que son el espinazo del gran pez que es su poesía.

La primera constante se refiere a la naturaleza que se resemantiza con el pasado. De este modo, en el poemario se desenvuelven tres elementos simbólicos que excitan la memoria en base a representaciones e interrelaciones: la figura simbólica de la arena, la figura simbólica del mar y la figura simbólica de la colina. Para José María Albert de Paco (2003), la arena “representa la multitud. En virtud de su naturaleza maleable y de la sensación que experimentamos al tender o caminar sobre ella, la arena, evoca, asimismo, el regreso del hombre al útero materno” (p. 150). La arena, entonces, es un elemento importante en el poemario, aparece como un velo que lo cubre y lo oculta todo en sus múltiples formas como barro, tierra, polvo o arena. Los siguientes versos del libro pueden resultar ilustrativos: “Porque eres polvo y origen/ azogue y cristal/ leve substancia y madera/ con que están hechos los marmóreos sueños/ útero y matriz” (p. 25). El otro elemento es el mar. Para Juan Eduardo Cirlot (1992), “el mar simboliza la inmensidad misteriosa de la que todo surge y a la que todo torna” (p.45). La literatura se ha referido a éste de múltiples formas que parecen coincidir. Dos ejemplos bastan: “Coplas por la muerte de su padre” de Jorge Manrique y El cementerio marino de Paul Valéry. En La colina interior de Sarmiento, también el mar tiene esa representación, muy ligada al elemento tanático y sus múltiples formas como el olvido. En el poemario, volver a la figura del mar es como retornar a la madre, al origen de todo, que es también el morir, ya que el recuerdo se encuentra en el pasado con la abuela, papá, mamá, los pescadores y los amores. Esos personajes solo se ubican en la memoria de la voz poética que a la usanza rulfiana aparecen y desaparecen. Estos versos que aparecen en el libro pueden resultar ilustrativos: “Y el reino se desplazó con las olas/ en un vaivén eterno hacia su refugio el mar” (p. 45). Otro elemento que aparece es la figura de la colina, que en el texto tiene un doble sentido. Por un lado, desde una perspectiva topográfica, la colina es una elevación natural de terreno, que en el poemario hace alusión a colinas alojadas en la costa y que ocultan una historia trágica (huacas destruidas por el tiempo y el terremoto de mayo del 70) al igual que la colina de Hissarlik (que antiguamente se creía ocultaba la historia de la Troya de Homero). Por otro lado, la colina “interior”, desde una perspectiva simbólica, representa las formas que ocultan un mundo interno en caos y que se visualiza a través de la memoria individual del yo, que a su vez activa las prácticas culturales de la memoria colectiva. De esta manera la colina no solo es un montículo de tierra que cubre un espacio, en este caso cubre una historia y objetos de personajes que yacen en escombros, enterrados en el tiempo pero que son descubierto por la memoria y el inconsciente a través de la figura del arqueólogo Le Chevalier que se anticipa como un alter ego de la voz poética. En el poema “Una partida en las rocas” se pueden leer estos versos: “Alrededor de la colina corría el viento ronco/ y macizo, había sedimentos de moluscos/ algunas vasijas rajadas, utensilios hundidos en la arena/ agarrándose de las últimas raíces la memoria/ una lámpara de miel, sílabas rotas” (p. 50).

La segunda constante lo conforman las figuras del discurso que activan la memoria. Por un lado está Le Chevalier (un arqueólogo francés del siglo XIX), que como ya hemos explicado se anticipa como un alter ego de la voz poética. Le Chevalier indaga en las excavaciones buscando la Troya cantada por Homero en Hissarlik, que también es el nombre de la llanura donde se inicia la travesía para buscar la ciudad mitificada por el autor griego. Pero en el poemario de Sarmiento, Le Chevalier no solo aparece en Hissarlik sino en La Florida, una barriada de Chimbote, situada muy cerca al mar y afectada por el terremoto de mayo del 70. De esta manera, hay un paralelo entre Hissarlik y La Florida; la primera, oculta enterrada la historia de Troya (la cultura occidental, de élite, de reyes y poder) y, la segunda, el arenal y la humedad del mar ocultan los rastros del desastre del terremoto (la cultura americana, sector marginal, humildes pescadores y objetos cotidianos). Veamos esos paralelismos en este personaje. En el poema “Ofertorio”, por ejemplo, se lee: “Le Chevalier solo se interesó/ por la única canilla real, nítida, que/ extrajeron de un filón de plata viva/ refulgiendo entre tanta evanescencia” (p. 12). En otro poema como “Tierra baja/ tierra alta de La Florida”, leemos: “Encontraron al este de la colina/ indicios de una civilización superior según/ lo comprueba la avanzada textilería/ de la cámara mortuoria de la reina abuela” (p. 17). Asimismo, están las figuras representadas que activan la memoria cultural del espacio simbólico del litoral. En el poemario, aparecen diversos personajes que terminan por darnos una imagen de La Florida. Éstos aparecen metaforizados a través de la arqueología como es el caso de la abuela; la figura femenina aparece muy ligada al ámbito sexual unida al mar; los pescadores aparecen en sus faenas cotidianas y el yo poético en sus experiencias parece ser el testigo de un mundo feliz, ahora utópico en su memoria. El poema “De cuando el mito dejó de serlo”, puede resultar didáctico: “yo vivía cerca del mar, había una/ pequeña caleta de hombres rudos y sacros/ con una estatua en las redes, de cuando/ el mito se erguía en su única calle” (p. 57). En otra parte del libro se leen estos versos en prosa: “En el terremoto del setenta/ yo aún deletreaba mazurcas en brazos de una/ madre/ áurea y extensa como los oscuros pajonales serranos/ hoy al reverdecer mis años voy sintiendo más fuerte su remezón” (p. 25).
Estos tópicos, evidentemente, buscan vincular al hombre moderno a una idea no reducible a su transitar en su rutinariedad, sino descubrir lo fundamental en esa existencia: su fuerza para batallar, o si se quiere, sobrevivir su cotidianidad y su memoria, lo cual puede llegar a tener una carga mítica personal.  Al respecto, Mircea Eliade (1961) plantea que “en el nivel de la experiencia individual el mito nunca ha desaparecido completamente: se hace sentir en los sueños, las fantasías y las nostalgias del hombre moderno” (p. 24). De esta manera, se puede entender que para Sarmiento no haya mayores diferencias entre Hissarlik y La Florida, ya que cada personaje que aparece bajo la colina, bajo los escombros, bajo el olvido también posea una carga mítica. Ahí están la figura de la abuela matriarcal, los pescadores como antiguos viajeros troyanos, el ermitaño como un hombre iluminado y extraño para los demás, etc. Por ello no es gratuita la relación que hace Sarmiento. Él percibe un aura mítica, donde héroes marginales con historias degradadas posibilitan el nacimiento de un nuevo esquema: el mito del hombre moderno que se resuelve en universo avasallante y deshumanizador.

Y finalmente, la tercera constante es la poética de la interdiscursividad e intertextualidad. En la poesía de La colina interior se produce un continuo diálogo en dos modalidades: a nivel discursivo y a nivel textual. La interdiscursividad se da través del diálogo de la literatura con otros discursos como la Arqueología y la Historia. La arqueología aparece en las referencias que se hace sobre Le Chevalier (y sus excavaciones buscando la Troya de Homero) y algunos restos arqueológicos de algunas culturas antiguas escondidas bajo la arena en La Florida; mientras que la parte histórica describe con profundo pesar la historia de La Florida y el funesto mes de mayo del terremoto de 1970. Asimismo, la intertextualidad se da a través del diálogo creativo de la poesía de Sarmiento con la poética de otros autores como Rulfo (a través de la prosa y la poesía se describe un universo asolado por el terremoto, pero éste recobra vida por medio de la memoria que vive su propia odisea buscando su identidad y su gente).

Desde nuestra perspectiva, Marcos Yauri con Tiempo de rosas y de sonrisas… y Antonio Sarmiento en La colina interior; son los dos autores que han penetrado en el dolor y la memoria del terremoto de mayo del 70. El primero hurga desde la narrativa en una crónica del dolor y el espanto que produjo el desastre en la zona andina; mientras que el segundo, en poesía, en la zona costera, reconstruye una ciudad en torno a imágenes del pasado y la infancia que han sido afectadas por el fenómeno telúrico y que la memoria reactualiza y consagra.

Sin duda, La colina interior de Antonio Sarmiento es un libro valioso dentro de las poéticas últimas en nuestro país. El libro confirma a su autor en el tortuoso camino de la literatura, donde sin duda habrá que subir muchas colinas para develar el verdadero cordón umbilical que nos nutre, la tierra y la poesía hecho mar.



Referencias bibliográficas

Albert de Paco, José María. (2003). Diccionario de símbolos. Barcelona: Editorial Óptima.
Cirlot, Juan Eduardo. (1992). Diccionario de símbolos. Barcelona: Editorial Labor.
Eliade, Mircea. (1961). Mitos, sueños y misterios. Buenos Aires: Fabril Editora.
Sarmiento, Antonio. (2016). La colina interior. Lima: Ediciones Copé.


jueves, 14 de julio de 2016

TRAS EL REINO DE LAS DESOLACIONES. LA POESÍA DE JUAN CARLOS LUCANO.


La poesía en Áncash, en las últimas décadas, ha traído valiosas propuestas que se materializan en voces como la de Ricardo Ayllón en Un poco de aire en una boca impura, Juan Carlos Lucano con su poemario La hora secuestrada, César Quispe con su libro Una piedra desplomada, Wilder Caururo Sánchez con Pájaro. Escrito para no matar, Dante Lecca con Breve tratado de ternura, Denisse Vega Farfán con El primer asombro y Antonio Sarmiento con La colina interior, entre los más importantes. Este dato resulta significativo; por un lado, se advierte que la mayoría de los poetas mencionados son chimbotanos (o tienen como foco cultural el puerto) y; por otro, se observa que existe una creciente continuidad escritural en Áncash forjada por escritores jóvenes.

Juan Carlos Lucano (Chimbote, 1975) es licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Nacional del Santa y realizó una Maestría en Educación en la Universidad César Vallejo. Asimismo, ha colaborado con artículos y comentarios literarios en el diario La Industria de Chimbote, cuyos textos seleccionados conforman La intimidad de la invención (2011); libro de crítica literaria sobre autores locales, nacionales y extranjeros. Fue, además, miembro fundador del grupo de literatura Brisas y participó en las publicaciones colectivas Tres sangres, un sentimiento (1998) y Voces del silencio (1999). Ha publicado las plaquettes Deseres (2002) e Instintoz (2004) y los poemarios Rosas negras (2005) y La hora secuestrada (2006).

El reino de las desolaciones (Ornitorrinco Editores, 2016) es una antología personal, dividida en cuatro secciones, que reúne lo más selecto de la poesía de Juan Carlos Lucano. Desde nuestra perspectiva, haremos una revisión de los aspectos temáticos que se abordan en dicha escritura y observaremos qué aspectos técnicos literarios se desprenden en esta antología personal.

Hay tres grandes tópicos que comprende la poética de Juan Carlos Lucano en este libro. El primero es el viaje al reino interior de las percepciones a partir de la deconstrucción del yo; el segundo, es la visión crítica sobre el espacio simbólico donde mora la humanidad a través de una postura de insatisfacción con el universo exterior del sujeto poético (Ligado a la posmodernidad que se presenta como un instante angustioso y crítico) y; el tercero, la desacralización de la figura divina como dadora de armonía.

El primer tema que desarrolla Lucano en este libro es el viaje al reino interior de las percepciones a partir de la deconstrucción del yo. Este accionar se torna angustioso, pues el yo se haya en un conflicto, en una escisión de su unidad, de su identidad, incluso de su colectividad representada en conceptos de “hermano”, “padre”, “hijo” y “mujer” a lo largo de las páginas del texto. De esta manera hay un énfasis particular en la figura del yo poético en el libro, pues este percibe la realidad exterior y la interioriza en un diálogo reflexivo con su otredad a partir de un tono exhortativo. Por ejemplo en el poema “La danza del tambor” se lee: “En esta que ahora/ Es la casa de mi hijo/ Yo te digo/ Ni siquiera te aproximes/ Ni te engañes/ Cuando escuches/ Una voz de mujer/ Que viaja como fuga de tambor/ Desde el cuero profundo/ Para hacerte bailar/ Sobre el sacrificio/ De tu hermano…”; en otro poema como “El viejo aire” se leen estos versos: “Hay una sospecha en el aire que nadie huele/ Y que nadie quiere/ Y que solo el que expone la mano/ Y el lomo cansado teme/ Esta es la incertidumbre/ De los que en la puerta del barranco no resisten/ El aire usado…”. Como se puede observar, esta escritura busca un diálogo reflexivo y exhortativo que también se evidencia en “La desconfianza”, donde se lee: “Dime única razón/ Dime único mortal/ Si aún te queda un poco de vergüenza/ Hasta cuándo atizarás la llama en el bosque/ Y la fe será un agravio en las comisuras que llenan el vientre/ ¿Será acaso que lo único que esperas…/ Sea borrar cada instante que nos queda?”. Este diálogo; por un lado, obedece una visión crítica de la realidad, del entorno, del cosmos que rodea al yo poético y; por otro, a la interioridad del yo, un cuestionamiento de sí mismo. El poema “La voz” puede resultar ilustrativo para referirnos sobre el cuestionamiento y la incertidumbre del proceso de individuación del yo: “¿Quién nos regaló este cuerpo?/ Truenan unos labios/ Acaso fuiste tú Señor/ O la loca idea que se precipita de la hermana lluvia/ Hay una sola voz que no se escucha/ Y esa es tu voz Señor”.

El segundo tópico del libro es la visión crítica sobre el espacio simbólico donde mora la humanidad a través de una postura de insatisfacción con el universo exterior del sujeto poético (ligado a la posmodernidad y que se presenta como un instante angustioso y crítico). En la poesía de las últimas décadas se puede rastrear algunos tópicos de lo posmoderno. Respecto a esta el filósofo italiano Gianni Vattimo y el pensador francés Jean-François Lyotard coinciden en subrayar que este es un momento filosófico e histórico que indica la crisis y el fin de los ideales del siglo anterior. Este se caracteriza por la fragmentación del yo, el debilitamiento de la historicidad que cuestiona a la historia oficial que aparece como catastrófica y en la que se erigieron conceptos como progreso, humanismo, cultura, religión etc., como categorías trascendentales para interpretar y normar la realidad. Sin duda, el hombre posmoderno reconstruye su historia en base a trozos, fragmentos, una perturbación de los recuerdos que condesan una atmósfera hedonista caracterizado por el individualismo y la angustia. En el poemario tienen un valor simbólico conceptos como “Casa”, “Ciudad” y “Tierra”, pues estos se presentan como deícticos que subrayan el lugar donde mora la humanidad posmoderna. Verbigracia, en el poema “La danza del tambor” se leen estos versos: Solo/ Bailando las angustias/ Que lo hacen sentirse/ Falso renacido/ En esta que ahora/ Es la casa de mi hijo/ Yo te digo/ Ni siquiera te aproximes…”; en otro poema como “último viaje” se lee: “mi suerte y dolor un cristo crucificado/ nuestra casa un madero clavado…”. Un poema que puede resultar ilustrativo para referirnos sobre el lugar simbólico que se otorga a la ciudad es “El viejo aire”, donde se leen estos versos: “El aire usado/ La ciudad ya no es la misma/ Solo un espeso viento toca las cuerdas/ De un cuerpo que en la ventana de la mañana/ Le dice adiós a los días/ Quién no ha sido arrastrado por el hartazgo empedrado”; en otro poema como “Hedónicos” se subraya: “la ciudad ahora los advierte/ desde los ojos de la acera/ el olor de féminas/ y faunos acompañan/ por la esquina la caricia derramada”. El valor simbólico que pone énfasis en el concepto de “tierra” quizás merezca una atención especial, pues esta se repite en muchos poemas. Por ejemplo, en el poema “La desconfianza” se lee: Hasta cuándo he de pelearnos con los frutos de la tierra/ Dime única razón/ Dime único mortal/ Si aún te queda un poco de vergüenza...”; en otro poema como “La fe cansada” se leen estos versos: “Este es el cansancio de una cruz blasfemada/ Que de rodillas nos conduce a la tierra/ Como cuando un tronco seco renuncia a su gallardía y/ Se tropieza con el suelo…”; en este otro poema como “La hora” se enfatiza: “Me he derramado en aquel vetusto sillón/ Y le he pedido al centro de la vieja tierra que me levante con su peso/ A esta hora ingrata no tengo un camino…”, entre otros ejemplos. En este apartado, como observamos, tanto casa, ciudad y tierra encierran un valor simbólico, pues este es el espacio donde mora la humanidad, ese es el reino donde gobierna la desolación en un tiempo posmoderno.

El tercer tópico que observamos en este libro es la desacralización de la figura divina, del tiempo y del espacio referencial. Esta reconstrucción desacralizadora, sin duda, obedece a una práctica neobarroca y posmoderna. En esta se imbrican personajes míticos, elementos arquetípicos de los discursos bíblicos, pero al mismo tiempo sujetos ligados a lo posmoderno y a la ciudad. Este elemento se torna angustioso, pues el yo se haya en un conflicto, en una escisión de su unidad, de su identidad, incluso de colectividad representada en la desacralización de la figura de Dios. He aquí la importancia de la posmodernidad y el énfasis en el sujeto poético en el poemario de Lucano a través de una tendencia ligada al tono exhortativo y a la desacralización de las figuras divinas, del tiempo y del espacio. Estos versos del poema “La fe cansada” pueden resultar ilustrativos: “Este no es el camino de un Dios prometido/ Sino la angustia más infinita/ Que nos saca la lengua cuando le damos la espalda/ Ay del hombre heredado y la tierra soñada/ Que se levanta todos los días recordándole/ La esperanza de una nueva boca/ Que no ha tragado siquiera una miga…”; en otro poema como “El hoyo” se leen estos versos: “quién no ha embarcado sus cuencas en las/ ventanas de dios/ y se ha visto crucificado/ quién torturándose con pesadillas no ha/ parafraseado padrenuestros…”;entre otros ejemplos. Este asunto no es nuevo en poesía. Solo para tomar un ejemplo en la poesía moderna, en Baudelaire aparece este elemento. En la poesía latinoamericana; en Vallejo, Dios es el hombre, el que sufre, trabaja, come, suda y es un asalariado; en el Neruda de Crepusculario, por ejemplo, Dios es un perro y está en todas las cosas vanas y cotidianas perdiendo así su carácter sagrado y; en Benedetti, Dios aparece en su posibilidad de figura femenina y sensual en sus formas. Como ya lo advertimos, esta también aparece en la poesía de Lucano; sin embargo, lo que particulariza la postura de Lucano es una visión desolada y pesimista. Una carencia de confianza en los ideales de la figura de Dios y de la religión donde lo único salvable es la fe que conduce, en este reino de la desolación, a la terca esperanza de la humanidad.

La poética de Lucano en El reino de las desolaciones se construye a partir de una estética postvanguardista que tiene sus fuentes en la segunda mitad del siglo XX y que redefine los aportes del surrealismo. En el libro el territorio de la desesperanza, en el que la sensación de hundimiento o el vacío provocado por la angustia, el dolor o la tristeza honda, se manifiesta a través de imágenes duras y pesimistas. De este modo, la desolación gobierna sobre el elemento simbólico del espacio donde habita la humanidad. Sin duda este libro confirma a un autor de valía para nuestras letras.



Alejandro G. Mautino Guillén
Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo

sábado, 2 de julio de 2016

"LITERATURA Y CULTURA. UNA INTRODUCCIÓN" DE MIGUEL ÁNGEL HUAMÁN VILLAVICENCIO


Acaba de aparecer la segunda edición del libro Literatura y cultura. Una introducción (Dedo crítico Editores, 2016) del destacado crítico, teórico y profesor sanmarquino Miguel Ángel Huamán. Al inicio del libro nos topamos con una idea sentenciante de Antonio Cornejo Polar sobre el texto de Huamán: “no intenta construir una hermenéutica literaria, no intenta introducir al estudiante a través de los métodos de lectura de los textos, aunque los utiliza por supuesto, sino fundamentalmente lo que intenta es hacer comprender que la literatura es parte de un sistema mucho mayor que obviamente incluye a la sociedad, pero de manera mucho más definida y definible incluye a la cultura”. (p. 11-12). De esta manera, para Cornejo Polar, el perfil de Huamán ha hecho que “lo profundo se convierta en algo claro y que lo erudito se convierta también en algo al alcance de todos, prácticamente de cualquier lector” (p. 13).

El presente libro, Literatura y Cultura. Una introducción está dividido en seis apartados. El primero es una amplia Introducción sobre diversos tópicos ligados a la sociedad y a la cultura. Nuestro autor señala que “en toda sociedad y su cultura, el arte es el lenguaje de la vida, a través de él la realidad habla de sí misma. El arte representa, por ello, un magnifico generador de lenguajes que involucran no solo la palabra, la imagen, el color y una infinita gama de estímulos acústicos, visuales, etc.” (p. 30). De este modo, el arte presta a la humanidad un servicio insustituible ligado al proceso de comunicación social que configura el concepto de actividad artística. Otro punto que se subraya en este apartado es la diferenciación entre lo real y la realidad. Huamán afirma que “la realidad es una construcción social que tiene mucho que ver con nuestra cultura, con el conjunto de creencias, ideas o reglas que nuestra colectividad ha elaborado en el transcurso de su experiencia histórica” (p. 31). Otro punto que conviene resaltar es la del arte como lenguaje; para el teórico sanmarquino “el rasgo que caracteriza  al arte, al margen de cualquier punto de vista filosófico sobre su naturaleza, es su organización” (p. 38). Vale decir, constituir una realidad altamente organizada. De esta distinción el estudio de la literatura como disciplina humanística no pueden abordarse de una manera reduccionista, es decir, limitándose al contenido o al mensaje de esta. Otro punto que se subraya con énfasis en este apartado es la problemática de la literatura y los estudios literarios. Nuestro autor conceptualiza la teoría literaria, la historia literaria y la crítica literaria. Sobre la teoría literaria menciona que esta es “un conjunto de conceptos, categorías y principios referidos al lenguaje artístico propio de la literatura, al discurso y texto específico de las obras literarias, que guían el trabajo de interpretación, comprensión y difusión de las obras artísticas de creación verbal en una sociedad” (p. 45) y sobre la historia literaria y la crítica literaria subraya que ambas son disciplinas que parten de los criterios señalados por la teoría literaria; pero la primera, tiene que ver con un sentido diacrónico, esto es, en un estado temporal de la historia; mientras que la segunda, tiene que ver con un sentido sincrónico, es decir, un detenimiento  transversal o actual. Otro aspecto importante en este apartado también es el tópico de la lectura y la crítica. Huamán inicia su reflexión haciendo una diferenciación precisa entre la literatura (entendida como práctica social definida) y los estudios literarios (entendidos como disciplinas de investigación); luego, subraya el importante papel que tiene la lectura crítica. Para el autor “la función esencial que cumple la crítica es la de enseñar a leer, a descodificar la experiencia humana, leer la vida y lo real, todo ello gracias y a partir de su contacto con las obras literarias” (p. 49). Asimismo, se puede hablar de tres momentos en la lectura: la descripción o análisis, la explicación y la interpretación. Sin embargo, también se pueden establecer tres tipos de lectura. Una primera es una lectura lineal, referida a un dominio poco imaginativo y ciego. Para el profesor sanmarquino esta lectura se contenta con contar la historia del relato o en repetir de otra manera lo que dice el poema, esto quiere decir, una lectura empobrecedora. Una segunda es una lectura tradicionalista, referida al ámbito de lo trillado, pues esta se encargará de repetir lo que otros han dicho sobre el relato o sobre el poema, esto es, una lectura estándar que no aporta nada. Y una tercera es una lectura crítica, que ofrece una mirada inédita y pone en cuestionamiento a la primera y segunda lectura y; por el contrario, atiende al discurso, al lenguaje literario, al qué y al cómo de la obra y aún más, atiende a otros aspectos como la sociedad y la cultura.

El segundo apartado del libro está referido a las categorías de “Cultura, modernidad y literatura”. En esta parte del libro importa la comprensión del proceso literario, donde se pone especial énfasis en aquello a “lo que llamamos literatura o creación verbal es a su vez producto de nuestra cultura” (p. 65). De esta manera, tanto la literatura y los estudios literarios que trazan los parámetros de esta se constituyen como productos de la cultura moderna e intentan diversas formas de incidir en la sociedad “al brindar mecanismos de identidad individual y social” (p. 66). Para Huamán, nuestro proceso no solo debe producir obras de resolución simbólica amplia y representativa de la totalidad social y que estén escritas en una lengua nacional, sino que en la tradición cultural y literaria. Otros tópicos de este apartado son la modernidad (vista como categoría filosófica y cultural muy ligada a la propuesta de Habermas) y el desarrollo (siguiendo algunas posturas de Mariátegui). Sobre el primero se subraya que “hay una modernidad desde los criterios y patrones nuestros, una alternativa de modernidad andina o peruana, cuyo desarrollo debería acercarnos a los beneficios propios de la era de la ciencia, la tecnología y la cibernética” (p. 78) y, sobre el segundo, pone en vigencia el pensamiento de Mariátegui y afirma que éste “no solo funda una tradición propia de reflexión rica, sino que en su vastos escritos literarios establece con nitidez criterios de valoración del humanismo, la libertad y la criticidad propios del arte y la literatura que le permitieron defender y propugnar una cultura nacional antiautoritaria, enriquecida con aportes externos y enraizada en la tradición histórica, como factor indispensable para el desarrollo” (p. 88).

El tercer apartado del libro es “La tragedia del desarrollo”, donde el teórico sanmarquino toma de manera simbólica el Fausto de Goethe como obra arquetípica donde se evidenciaría una alegoría de la tragedia del desarrollo. Nuevamente se usa la categoría de modernidad, ligada a un conjunto de imágenes, valores y representaciones de la etapa de la evolución histórica y referida a ideas o creencias que constituyen la noción de desarrollo. De esta manera, para Huamán, “Fausto está representando los ideales del progreso la modernidad emergente y Mefistófeles está representando los procesos de modernización que a título de la modernidad o el progreso se implementaron” (p. 102).

El cuarto apartado del libro es “El heroísmo en la vida moderna”, donde el autor aborda la presencia capital de Baudelaire en el desarrollo de la poesía contemporánea. Para nuestro autor, el poeta francés forja desde diversas aristas una mirada particular sobre la modernidad y los riesgos de esta sobre la ciudad. Baudelaire, de este modo, procuraría una sensibilidad capaz de construir un sistema crítico dentro de esta. Hay algunas ideas que pueden desprenderse respecto a lo anotado, por ejemplo, en el poema “El albatros”, Baudelaire compara y trabaja simbólicamente la imagen del ave con el artista en la modernidad, donde este en la realidad material y en la modernización se muestra torpe,  inútil y es víctima de la incomprensión humana. En otro poema como “Correspondencias”, contrapone el tópico de la realidad interior frente a la realidad exterior, donde la sensibilidad del artista tiene que hallar símbolos y percepciones que puedan llevarnos hasta lo oculto para alcanzar la expresión plena de la libertad del individuo. En otro texto de Baudelaire, “Los ojos de los pobres”, asistimos a una mirada crítica del artista quien es capaz de reconocer el nacimiento del espacio urbano como centro de simbologías y desigualdades en la vida contemporánea. De este modo, “el papel del poeta francés en la precisión de la heroicidad de la vida cotidiana en la cultura moderna es fundamental” (p. 134).

El quinto apartado del libro está referido a “La modernidad y el subdesarrollo”, donde el autor nos introducirá en la problemática de la modernidad en el ámbito del subdesarrollo a partir de una atenta lectura de Crimen y castigo de Dostoievski. Al decir del autor, en la novela del ruso, la modernidad es representada desde la perspectiva de una realidad subdesarrollada. Donde la figura del joven Raskolnikov se puede leer simbólicamente como un tipo de respuesta frente al influjo de la modernidad y sus impulsos de progreso. Es así que para el crítico sanmarquino la obra muestra una abominable mirada de la modernidad “capturada en el torbellino de sus procesos modernizadores, en los que no vacila en asumir como costo social del progreso la muerte física o material, así como la moral o intelectual, de miles de personas” (p. 163).

Finalmente, el último apartado del libro es “Modernidad, Vanguardia, posmodernidad”, donde nuestro autor se concentra en el apogeo y la crisis del sistema capitalista y la noción de modernidad cultural en el siglo XX, época en la que surgen nuevas sensibilidades en Latinoamérica. Es en este periodo en el que surge la  vanguardia, en donde el arte y la literatura entran en su fase de autoconciencia y en una etapa crítica, marcando una particularidad de esta, la ruptura y posibilitando la tradición de la ruptura. Es en este punto donde Vallejo se articula como figura importante en la denominada vanguardia regional o latinoamericana (junto con Huidobro, Neruda, Borges y Paz). En el autor de Trilce se percibe una nueva sensibilidad atenta a lo que significa en su momento la modernidad ligada al arte. Por ello, la poesía vallejiana como señala Huamán, “Cuestiona crítica y humanamente los principios con los que se ha erigido la modernidad cultural” (p. 196).


Por lo que queda decir de Literatura y Cultura. Una introducción de Miguel Ángel Huamán, este es un libro que como el mismo autor subraya en la Presentación al interior del texto, este “ha sido escrito pensando en los jóvenes de las universidades como parte de su formación profesional humanística y que pretende ofrecer un adecuado acceso al campo de una educación integral” (p. 17). Nosotros nos adherimos a esta idea y la celebramos. Este no es únicamente un libro de conceptualizaciones aisladas y que intentan oscurecer el ya complejo universo de la teoría literaria, sino un conjunto de reflexiones y planteamientos que ayudan de manera didáctica a acercar al lector universitario latinoamericano a iniciar el camino del estudio de la literatura y no perderse ni desilusionarse en el recorrido.

"CHELITA, LA CANGREJITA", UNA NOVELA INFANTIL SOBRE EL VALOR DE LA AUTODETERMINACIÓN

  Juan Cervera (2004) señala que la literatura infantil integra todas las manifestaciones y actividades orientadas al niño, empleando la pal...